Los trabajos de Stephen Holmes se centran en la historia y la evolución reciente del liberalismo y del antiliberalismo en Europa, la Constitución de 1787 interpretada como un plan de expansión continental, la casi total imposibilidad de imponer reglas de responsabilidad democrática al Estado profundo, la herencia traumática de 1989, y la dificultad existente para combatir el terrorismo yihadista en los límites de la Constitución de Estados Unidos y del derecho internacional de la guerra. En 1988 le fue concedida una beca de la fundación Guggenheim para llevar a cabo un estudio sobre los fundamentos teóricos de la democracia liberal. Fue elegido Carnegie Scholar para el período de 2003 a 2005 por su trabajo sobre la reforma jurídica en Rusia. Además de numerosos artículos sobre la historia del pensamiento político, la teoría democrática, la teoría constitucional, la construcción del Estado en la Rusia poscomunista y la guerra contra el terrorismo, Stephen Holmes ha escrito varios libros, entre los cuales se encuentran The Cost of Rights: Why Liberty Depends on Taxes, coescrito con Cass Sunstein (1998), The Matador’s Cape: America’s Reckless Response to Terror (2007), The Beginning of Politics, coescrito con Moshe Halbertal (2017), y The Light that Failed. A Reckoning (2019). Tras la obtención de su doctorado en Yale en 1976, Stephen Holmes impartió clases durante un breve período de tiempo en las universidades de Yale y Wesleyana antes de convertirse en miembro del Institute for Advanced Study de Princeton en 1978. Después enseñó en Harvard, en la Universidad de Chicago y en Princeton antes de incorporarse a la facultad de derecho de la Universidad de Nueva York.
Fue invitado a la EHESS para presentar un artículo titulado “Why Counterterrorism Mocks the Laws of War” en el marco del Seminario de Filosofía Política Normativa del CESPRA.
Esta entrevista fue realizada por Luc Foisneau, director de investigación en el CNRS (CESPRA), en las instalaciones del Centro audiovisual de la EHESS, en el número 96 del bulevar Raspail, en París, el 18 de abril de 2017.
Director: Serge Blerald
Luc Foisneau – Usted es un reconocido experto del liberalismo, en concreto de los pensadores franceses liberales como Benjamin Constant1. ¿Qué le diría a un estudiante interesado en estudiar la historia política?
Stephen Holmes – Para establecer una definición de las ciencias sociales podemos decir que constituyen “la historia sin los eventos”. Pero el mundo está hecho de eventos. ¿Qué le ocurriría a Francia si Marine Le Pen fuese elegida presidenta? ¿Qué pasaría en el mundo si Donald Trump fuese elegido presidente en Estados Unidos? Las elecciones son eventos. Las guerras son eventos. Las revoluciones, y también las pandemias. No podemos estudiar las sociedades sin tener en cuenta la notoria imprevisibilidad de los futuros eventos. Esto se aplica tanto a la teoría política como a cualquier otra disciplina de las ciencias sociales.
Creo que los estudiantes de historia del pensamiento político cuentan con una ventaja para comprender el mundo contemporáneo, y es que los historiadores de la teoría política leen necesariamente a los clásicos: Tucídides, Maquiavelo, Hobbes, Tocqueville, etc. Estos pensadores eran muy sensibles a la manera en que proceden los actores políticos, incluso en contextos de desmoronamiento de las instituciones públicas. Y como vivimos en un período de disolución y desmantelamiento de las estructuras institucionales en las que Occidente ha vivido desde la Segunda Guerra Mundial, la lectura de la historia política brindará a los estudiantes amplias perspectivas y vastos horizontes en materia de experiencia política. Los estudiantes de historia de la teoría política, al contrario de la mayoría de estudiantes de ciencias políticas, es muy poco probable que piensen que la monarquía, por ejemplo, sería un sistema político anormal. Después de todo, la monarquía es el sistema político más común en la historia de la humanidad. Comprender por qué las monarquías nacen, evolucionan y se descomponen puede también ayudarnos a dar sentido al mundo de hoy en día, en el que los regímenes democráticos están por doquier en crisis y en que numerosos ciudadanos parecen dispuestos a acoger el modelo del gobierno de un dirigente fuerte. Estudiar la historia política, a lo que debe dedicarse todo estudiante de teoría política, puede ayudar a nuestras sociedades a responder, con menos temor irracional y menos sentimiento de pérdida de todo punto de referencia, a esta nueva era, que es una era de gran confusión política.
Luc Foisneau – Usted ha publicado The Matador’s Cape: America’s Reckless Response to Terror2, libro en el que indaga en las razones por las cuales la respuesta americana al 11-S fracasó. ¿Podría hablarnos sobre lo que piensa acerca de la noción engañosa de “guerra contra el terrorismo”?
Stephen Holmes – Las leyes tradicionales de la guerra – codificadas verdaderamente por primera vez en el siglo XIX – fueron concebidas en un contexto de guerra simétrica. Había dos ejércitos que se enfrentaban entre sí. Y los soldados de ambos bandos eran inocentes, ya que, en efecto, estaban políticamente obligados a combatir. En la guerra contra el terrorismo, en cambio, el ejército enemigo está enteramente compuesto por individuos considerados criminales de guerra. Se trata de un tipo de guerra muy diferente del tipo de conflicto para el que se concibieron las leyes tradicionales de la guerra.
En segundo lugar, las guerras simétricas, y las leyes de la guerra adoptadas para reducir un poco el horror de la guerra y facilitar el fin del conflicto, fueron concebidas con la esperanza de que después de la guerra habría paz. Numerosas inhibiciones impuestas a los soldados acerca de la manera de proceder en tiempos de guerra fueron pensadas con la esperanza de que la guerra terminaría y que las naciones que en un momento dado estaban en conflicto vivirían después en paz. Evidentemente, esto no es pertinente en el caso de la guerra contra el terrorismo. No esperamos que los países occidentales vivan algún día en paz con los miembros del Estado islámico o de Al Qaeda.
La incapacidad manifiesta de las leyes de la guerra a la hora de reglamentar de forma eficaz la lucha contra el terrorismo proviene de, en parte, el hecho de que estas dos condiciones – en la guerra se enfrentan combatientes legítimos y esta estaría seguida por la paz – no se dan en el caso de la supuesta guerra contra el terrorismo.
Luc Foisneau – ¿Tiene sentido hablar de una lucha liberal contra el terrorismo?
Stephen Holmes – Quisiera inscribir mi respuesta en el contexto de la cuestión de saber si el liberalismo – me refiero al liberalismo clásico, de Locke a John Stuart Mill, Montesquieu, Benjamin Constant, etc – proporciona un marco adecuado para combatir el terrorismo tal como lo conocemos hoy, en concreto el terrorismo salafista radical. Si examinamos los orígenes del liberalismo y de la guerra civil religiosa – como haría un historiador de las ideas –, es posible concluir que no solamente es probable, sino seguro, que el liberalismo era en un principio una respuesta a una violencia de inspiración religiosa, y, en particular, una tentativa de reducir la violencia mimética.
En general, mi análisis del liberalismo no prioriza el estudio de los mercados no reglamentados ni el consumo individual, sino que se centra en el desafío más profundo y persistente al que las sociedades humanas están confrontadas, que no es otro que la violencia mimética. Dicho de otra forma, cuando usted o un miembro de su grupo se enfrenta a un miembro de mi grupo, la situación me conduce – está escrito en la naturaleza humana – a atacar a su grupo, y lo hago de una manera que estimo proporcional pero que usted considera por su parte excesiva. Estos enfrentamientos llevan a una espiral de violencia. Las llamas de la violencia mimética son ciclos de venganza, que fácilmente pueden devastar sociedades y destruirlas desde el interior.
Y la política en su dimensión constructiva, incluida la construcción estatal en todas sus formas, se basa en diferentes mecanismos de reducción de la violencia mimética, como el pago del “precio de sangre”, para aplacar el deseo de venganza. Pero creo que, en principio, el liberalismo como tal fue concebido fundamentalmente para reducir las espirales de violencia, concentrándose en el individuo culpable de haber atentado contra otro. Solamente el individuo culpable – y no su grupo de parentesco, su comunidad, su nación o su raza – debe ser tomado como responsable y asumir las consecuencias de sus actos.
Y creo que uno de los grandes errores, o una de las grandes mistificaciones, en el centro de la respuesta estadounidense al 11 de septiembre, fue, en concreto, aceptar la invitación de Bin Laden a sumirse en una espiral de violencia, y a atacar no a aquellos que perpetraron el crimen, ni a aquellos que lo organizaron, ni a los que aportaron el apoyo logístico, sino a una suerte de comunidad “árabe” sin una forma bien definida que se presentó ante todos como responsable de haber herido de tal manera al país. Ahora bien, esta decisión de integrar la vía de lo que yo llamo la violencia mimética o expresiva – una violencia que nos hace sentirnos de nuevo fuertes, y no simplemente víctimas –, en lugar de anticipar las consecuencias evidentes de una respuesta desproporcionada – a saber, los daños colaterales excesivos a falta de un objetivo preciso, asesinatos dirigidos a las personas equivocadas, y, en particular, el asesinato de civiles que no tenían nada que ver con el crimen inicial – ha producido todavía más violencia, como no podía ser de otra manera.
Así que, en cierto sentido, la lección principal del liberalismo, a saber, que debemos disciplinar la violencia para que no produzca más violencia, ha sido olvidada en la guerra contra el terrorismo. Y ha sido olvidada, en parte, al tratar de aplicar la categoría de la guerra a la categoría de la lucha anti-terrorista. Esto constituye una fuente de gran confusión intelectual. Creo que esto demuestra nuestro fracaso a la hora de comprender lo que podría ser la contribución del liberalismo a la lucha contra el terrorismo.
El liberalismo, en efecto, – y creo que es una de sus principales contribuciones en materia de lucha contra el crimen – está fuertemente ligado a la presunción de inocencia. La presunción de inocencia implica que uno debe probar, proporcionar una prueba, presentar argumentos, en un contexto contradictorio, para demostrar que alguien es culpable. No obstante, en la guerra, evidentemente, hay una presunción de inocencia, pues los soldados son inocentes, pero se les puede matar. No solamente uno está autorizado a matarles, sino que uno recibe la orden de hacerlo. De forma que la presunción de inocencia no impone ningún límite al uso de la violencia en contexto de guerra: esto explica por qué la categoría de la guerra es tan destructiva cuando se trata de hacer frente a un grupo de fanáticos radicales cuyo principal deseo es llevarnos a atacar a su comunidad de manera indiscriminada para, apoyándose precisamente en esto, reclutar a más gente para su causa absurda.
Luc Foisneau – Si la noción de “guerra contra el terrorismo” ha producido efectos tan nefastos, ¿por qué cree usted que un enfoque en términos del derecho penal proporcionaría una respuesta más apropiada a la amenaza terrorista?
Stephen Holmes – El terrorismo posee evidentemente una naturaleza propia. No es ni crimen, ni guerra. No constituye una guerra, puesto que no es un conflicto armado entre Estados-nación, como en el caso de la guerra. Y no constituye un crimen porque, como usted sabe, por lo común, un atracador de bancos no se inmola para servir de inspiración a otros atracadores de bancos. Estamos pues ante algo específico.
Ahora bien, aunque el derecho penal no esté pensado para responder de manera adecuada a la amenaza del terrorismo, algunos principios esenciales que encontramos en los sistemas liberales de justicia penal de los países occidentales son, a mi parecer, totalmente pertinentes. Los dos principios más importantes son, por un lado, la individualización de la culpabilidad que acabo de mencionar: arremeter contra los individuos, asegurarse de no estar contribuyendo a la radicalización de los miembros de la comunidad transmitiendo el mensaje de que aquellos que no han hecho nada serán asesinados de todas maneras – lo que hemos hecho, por ejemplo, con los ataques a ciegas de los drones.
Y el segundo principio – es igual de importante y esencial en mi lectura del liberalismo como una doctrina política que no puede ser reducida al consumismo individual y a los mercados no reglamentados – es la necesidad de controlar la legitimidad de las decisiones gubernamentales: un gobierno liberal es un gobierno concebido de manera que deba justificar el uso de la fuerza ante un tribunal independiente con el poder de decir “no”, con el poder de criticar y de exigir pruebas. Si el gobierno está exento de dar razones para recurrir a la violencia rápidamente llevará a cabo acciones que producen más violencia, que de hecho acelera la espiral de violencia de la que acabo de hablar.
El liberalismo, por medio de sus estructuras institucionales, como el procedimiento penal, el control legislativo de la acción del ejecutivo, así como otros mecanismos institucionales que obligan al gobierno a justificar su acción – sin que ello constituya, siendo realistas, una solución perfecta –, conduce a un control de la legitimidad del uso de la violencia por parte del gobierno, y tiende a reducir el uso de la fuerza indiscriminada – lo que el ala armada de la burocracia del Estado, cuando se la deja embarcarse en su propia adrenalina, muy probablemente no hará.
Esto saca a relucir la diferencia entre la lucha contra el crimen y la guerra. Es muy tentador, para una unidad militar, si un terrorista muy importante se encuentra en un edificio, simplemente volar el edificio, sin preocuparse por quién más pueda encontrarse allí. Una intervención de la policía, en cambio, no volará un edificio causando la muerte de civiles simplemente porque un narcotraficante se encuentre allí. No lo hará. ¿Por qué? Porque con el tiempo, la policía ha comprendido que la fuente más importante de su poder es una comunicación privilegiada con la comunidad. No puede comportarse de una manera que no respete a la comunidad si quiere obtener de ella información sobre malhechores y criminales.
Podríamos pensar que esto tiene una relación evidente con la guerra contra el terrorismo, ya que los terroristas se esconden a menudo en el seno de las comunidades. Y hay que asegurarse, evidentemente, de que la información provenga de la comunidad – de delatores o de personas que proporcionan información sobre los terroristas. Por consiguiente, hay que aplicar el principio, no de la quimioterapia (que consiste en acabar con las células sanas para destruir también las células cancerosas), sino de una fuerte reticencia a reaccionar de manera desproporcionada y a causar daños colaterales, puesto que se requieren relaciones de cooperación con la comunidad.
La guerra no procede de esta forma, va en otra dirección. Quizás debería. Pero la idea fundamental, en la guerra, es que los enemigos llevan uniforme y se los puede matar a todos. No se trata de civiles. En las leyes de la guerra, existe el principio de distinción que ordena a los soldados a no matar a los civiles, o a no tomarlos deliberadamente como objetivos. Pero hay que conocer el origen de este principio para comprender por qué no es pertinente y no se aplica a la guerra contra el terrorismo.
No encontraremos el origen del principio de distinción en el gran poder del lobby de civiles inocentes que habrían inscrito hábilmente sus intereses en las leyes de la guerra. Las leyes de la guerra fueron redactadas por autoridades militares. ¿Por qué harían una distinción entre los civiles y los soldados? La respuesta es que, si sus soldados disponen de la elección entre, por un lado, correr delante de fusiles y bayonetas de un enemigo armado con el propósito de matarles y, por otro lado, ir a una ciudad donde pueden violar a las mujeres y saquear, harán lo que es más seguro para ellos, y más atractivo. Pero los oficiales no pueden dejar a los soldados actuar así. De forma que desperdiciar munición con los civiles en lugar de enfrentarse al enemigo se convierte en una infracción penal muy grave que puede llevar a la ejecución de los contraventores.
Este argumento – que es el del orden y la disciplina, y no el de los derechos humanos de las víctimas – no se aplica al combate aéreo, porque los soldados que están en los aviones no pueden violar ni saquear. No están pues tentados a hacerlo. Y este argumento tampoco vale para las situaciones de terrorismo, porque los terroristas se encuentran en un contexto, como el que hemos conocido en las montañas de Afganistán, donde el enemigo es un grupo de criminales que no merecen, según parece, cuartel.
Luc Foisneau – En The Light that Failed, usted escribe que para “muchos ciudadanos que han perdido sus ilusiones, la apertura al mundo suscita ahora más motivos de inquietud que de esperanza”. ¿Qué análisis hace usted de la inquietud actual en las sociedades liberales y en el orden internacional?
Stephen Holmes – Quisiera hablar a la vez del Zeitgeist antiliberal de hoy y del desmoronamiento del orden internacional. La evolución de la lucha contra el terrorismo hacia políticas que son tradicionalmente antiliberales, como, en primer lugar, la reducción de las garantías procesales para aquellos acusados de haber cometido crímenes atroces – lo cual es una idea totalmente opuesta al liberalismo ya que hay que demostrar que se ha cometido el crimen antes de reducir sus garantías procesales – y, en segundo lugar, el hecho de imponer una pena por crímenes que son susceptibles de cometer en el futuro, implica utilizar el derecho penal para impedir a personas hasta entonces inocentes cometer crímenes que se sospecha podrían cometer. Son dos políticas muy antiliberales que vemos puestas en práctica por todas partes, incluso en Francia. La más conocida es sin duda la detención preventiva.
Esta evolución se inscribe en lo que yo presentaría como una pérdida general de credibilidad del liberalismo de posguerra, que viene del hecho de que la economía abierta, que es un valor liberal muy importante, está intrincadamente asociada a una demografía abierta. Y hoy, creo que las inquietudes culturales que dan lugar a políticas antiliberales se originan en la conjunción de dos amenazas. Una es el terrorismo (terroristas infiltrados clandestinamente, susceptibles de atacar a nuestras sociedades). Y la otra es la amenaza que los migrantes suponen para nuestra identidad.
Misteriosamente, la amenaza terrorista y la amenaza de la inmigración han terminado por confundirse, de manera irracional, en la opinión pública, produciendo el sentimiento general de que el orden liberal no puede mantenerse. El liberalismo, desgraciadamente, ha estado tradicionalmente asociado a principios como la tolerancia, que hoy parece más bien beneficiar a los empleadores que quieren trabajadores poco cualificados y a las mujeres de clase media que desean emplear a asistentas a bajo coste. Es así como se llega a asociar la tolerancia con la discriminación de clase, y a la idea de fronteras abiertas. El liberalismo no tiene problemas a la hora de restringir la circulación de mercancías. El principio de las tarifas de aduana es perfectamente liberal. Pero la libre circulación de personas es algo ante lo que al liberalismo le cuesta encontrar una objeción razonable.
En este caso, los nacionalistas, los chovinistas, los comunitaristas y los políticos identitarios cuentan con un argumento mucho más fuerte, que consiste en decir: “Ellos no son nosotros”. La frase antiliberal fundamental que uno oye por todas partes es: “Ya no es nuestro país, porque los extranjeros se han infiltrado”. En Estados Unidos, es la idea de que nosotros, los “verdaderos americanos”, somos un terrón de azúcar blanco deshaciéndose en una taza de café negro, y vamos a perder nuestra naturaleza, nuestros rasgos, nos vamos a perder a nosotros mismos, de alguna manera.
Me parece que la relación que esto tiene con el terrorismo no es del todo incomprensible. Creo que hay un sentimiento de inseguridad que hace que a los liberales les cueste defender las fronteras abiertas. El mundo, en efecto, se ha vuelto peligroso por las increíbles proezas tecnológicas de nuestra sociedad: los billetes de avión baratos, los GPS o los cajeros automáticos, que pueden ser utilizados por los terroristas para atacarnos. La sociedad abierta es permeable y vulnerable. Y no podemos cerrar las fronteras. Así que hay que aprender a gestionar esta amenaza. Y esta es otra razón por la que deberíamos tratar el terrorismo como una forma de crimen. Hace siglos, milenios, que el derecho penal se enfrenta a una amenaza de violencia que no desaparece. Esta es otra razón por la que el paradigma de la aplicación de la ley (law enforcement paradigm), que parte del principio de que siempre habrá crímenes, está mejor adaptado a la amenaza del terrorismo que el paradigma de la guerra, que parte del principio de que el conflicto terminará en algún momento.
Estoy de acuerdo con que el orden internacional está hoy en el punto de mira. La OTAN, la Unión Europea… Hay tres candidatos a la presidencia en Francia que son anti-europeos y vagamente pro-Putin3, lo cual es extremadamente raro. Sin embargo, esto refleja exactamente la política de Donald Trump4, por lo que sabemos. O sea que esto muestra que hay, una vez más, un Zeitgeist antiliberal en el mundo.
Desde el punto de vista de Trump, no hay nada más molesto que la Unión Europea, porque un bloque comercial, o un sistema comercial organizado a nivel internacional, hace que la intimidación y la dominación sean más difíciles de poner en práctica. Para intimidar y dominar, en el comercio internacional, es necesario establecer relaciones bilaterales. Por eso Trump está decidido a retroceder en el tiempo, a llevarnos a una época en que las relaciones comerciales eran bilaterales, porque es en esas condiciones en las que es posible poner en práctica la intimidación y la dominación.
Y, como nos enseñó la historia del siglo XX, la intimidación y la dominación en el comercio bilateral exterior es una fuente de conflagración mundial. Así que estoy muy preocupado por el debilitamiento de la adhesión liberal a la cooperación económica internacional, o multilateral, así como por la adhesión a principios liberales en campos como el de la lucha contra el terrorismo.
Notes
1
Consultar Stephen Holmes, Benjamin Constant and the Making of Modern Liberalism, New Haven: Yale University Press, 1984. Consultar igualmente Passions and Constraint: On the Theory of Liberal Democracy, Chicago: University of Chicago Press, 1995.
2
Stephen Holmes, The Matador’s Cape: America’s Reckless Response to Terror, Cambridge: Cambridge University Press, 2007.
3
Cuando esta entrevista fue realizada, el 18 de abril de 2017, Emmanuel Macron todavía no había sido elegido presidente.
4
Donald Trump fue elegido presidente de Estados Unidos el 8 de noviembre de 2016.