Christopher Hamel es profesor universitario de filosofía en la universidad de Ruan y doctor en filosofía por la universidad París 1 Panthéon-Sorbonne. Estudia la historia de las ideas políticas (siglos XVI a XVIII) y la filosofía política contemporánea. Impartió clases en la Universidad de París 1, en la Universidad de Ruan y en la Universidad de Quebec en Montreal. Fue investigador de post-doctorado en el marco del proyecto ERC Starting-Grant RESIST, dirigido por Justine Lacroix (ULB), en el que estudió el lugar que ocupa el concepto de los derechos en el pensamiento neo-republicano contemporáneo. Sus investigaciones se centran esencialmente en el pensamiento republicano, en sus dimensiones histórica y normativa, así como en los problemas metodológicos ligados a la historia intelectual.
Esta entrevista fue realizada por Luc Foisneau y Bernard Manin, en las instalaciones del Centro audiovisual de la EHESS, en el número 96 del bulevar Raspail, en París, el 27 de febrero de 2018.
Director: Serge Blerald
Luc Foisneau – Me gustaría empezar por una pregunta general con respecto al origen de tu recorrido intelectual y la forma en que llegaste a interesarte por el republicanismo. ¿Por qué propusiste – era, esencialmente, el objeto de tu tesis – una inflexión de las reflexiones en torno al republicanismo hacia lo que denominas el republicanismo de los derechos?
Christopher Hamel – Para situar el origen de mi interés por la cuestión republicana en la filosofía, en la historia de la filosofía y en la historia del pensamiento político, me remito a un momento de mi formación filosófica que desempeñó un papel fundamental en mi orientación intelectual: al final de una clase sobre Hobbes de Jean-Fabien Spitz a la que asistí cuando hacía una licenciatura en filosofía en la Universidad de Caen, fui a verlo por cuestiones de bibliografía y le pregunté si me recomendaría la Historia de la filosofía política de Leo Strauss – un libro que por aquella época se podía encontrar en todas las tiendas FNAC de Francia. Me respondió: “No, no, no lea ese libro, si quiere mi consejo, mejor lea Los fundamentos del pensamiento político moderno de Quentin Skinner”, cuya traducción al francés acababa de publicarse1. Me dispuse pues a leerlo; era un libro muy largo, pero no tanto como el de Strauss. Así fue como descubrí el trabajo histórico de Skinner, su método y sus temas, que no son exclusivamente republicanos – una parte entera del libro se refiere a las teorías políticas de la Reforma y los efectos de esta última en la Europa del siglo XVI –, y sobre todo su manera característica de abordar las ideas políticas. Hubo algo que me sorprendió de inmediato: la gran claridad con la que exponía sus argumentos. Para el filósofo en formación que yo era en ese momento, esto era una virtud, y constituía una diferencia notable con respecto a otros trabajos de historiadores, quizás más eruditos pero seguramente menos predispuestos a destacar tesis, argumentos, y más generalmente la formación y el desarrollo de debates intelectuales a través de los siglos. Esta lectura me marcó profundamente: el año siguiente, hice mi tesis de maestría sobre Skinner, en la que combiné las dimensiones metodológica y temática de su trabajo. Más adelante, lo que me condujo a explorar la cuestión del republicanismo en la historia del pensamiento político, pero con un fondo o un bagaje filosófico, fue también, evidentemente, el hecho de que tenía la impresión de haber estado constantemente inmerso en un universo republicano, primero cuando era niño y después de joven: aunque tratasen sobre la Italia del Renacimiento, esas primeras lecturas republicanas constituían, por decirlo así, maneras de explorar un entorno intelectual, escolar y social, al que sentía que pertenecía.
Sin embargo, una experiencia desconcertante fue que uno de los libros pioneros de la historia del pensamiento republicano, El momento maquiavélico de J.G.A. Pocock2, se apoyaba en un contraste bastante frontal entre una tradición republicana heredada de Maquiavelo pero retomando a Aristóteles y el pensamiento romano y desarrollándola en el mundo anglófono del siglo XVII primero, y después en el XVIII, en las colonias británicas, y una tradición liberal que se pretende derivada del universo jurídico y de las teorías del contrato del siglo XVII. Ahora bien, este contraste supuestamente tenía que encarnarse en una oposición entre dos conceptos clave: por el lado del liberalismo, los derechos individuales, de la persona humana, portadores de los peligros del egoísmo y del individualismo; y por el lado del republicanismo, la virtud cívica del ciudadano que participa en la elaboración de las leyes y, más generalmente, en la vida política. Este contraste llamó mi atención: mi firme – aunque todavía por aquel entonces un poco vaga – intuición, era que no había realmente ninguna razón para considerar que estos conceptos de virtud y de derechos fueran hasta ese punto opuestos. Así que me orienté, en mi último año de máster, hacia las Cato’s Letters de John Trenchard y Thomas Gordon3: un texto de la tradición republicana que presenta precisamente este interés, del punto de vista de mi intuición inicial, de mezclar los lenguajes o los conceptos de virtud y de derechos. Influenciados por un modelo exclusivista o, al menos, reforzado por el trabajo de Pocock, algunos intérpretes habían detectado en el texto contradicciones, eclecticismo o uso retórico de estos lenguajes políticos presuntamente opuestos. Reconstruyendo sus argumentos, mi objetivo era, por el contrario, mostrar que había menos retórica, menos eclecticismo y menos contradicción en esos textos de lo que habían supuesto los que habían admitido que Pocock tenía razón al oponer así derechos y virtud. Así, en este trabajo del máster fue la primera vez que exploré esta articulación sin contradicción de derechos y virtud: en los trabajos de estos autores, como en los de otros que asociamos al republicanismo, se trataba de mostrar que, efectivamente, no es porque desarrollan una teoría de la virtud pública y de la corrupción de las instituciones o porque apelan al modelo romano o al ejemplo de Catón que son hostiles, o, incluso, simplemente indiferentes al concepto de derechos. Así es como tomó forma el proyecto de mi tesis, apoyada en otros autores, con el siglo XVII inglés como marco histórico, momento en que algunos autores utilizan de manera coherente – era en todo caso el objeto de mi demostración – los conceptos de derechos naturales, derecho de resistencia y virtud cívica.
Luc Foisneau – Mi siguiente pregunta se refiere precisamente a la elección de autores que realizaste, que no son autores que se asocien, en la tradición francesa, a la filosofía – pienso en Sidney – ni siquiera necesariamente siempre a la filosofía política, sino más bien a la poesía, como en el caso de Milton. ¿Podrías decirnos qué justificó la elección de estos dos autores en particular, y también el motivo de compararlos, puesto que tenías otras posibilidades, otros autores que habrían podido ser el objeto de estudio de tu primer trabajo?
Christopher Hamel – Como imagino que ocurre a menudo, hay una dimensión arbitraria, al menos en parte, en la elección de los autores: por un lado, como mi tesis fue financiada durante tres años pero sin monitoreo, tenía que validar en un instituto de secundaria mis prácticas de profesor después de haberlas retrasado durante tres años para realizar mi doctorado, y no me sentía capaz de terminar mi tesis al mismo tiempo que trabajaba a jornada completa en un instituto; por otro, mi proyecto inicial se centraba más en el siglo XVIII francés, italiano y anglófono que en el XVII inglés. No obstante, este proyecto inicial era demasiado amplio y el principio de realidad me sugirió delimitarlo mejor. Elegí el ámbito inglés porque me parecía que los historiadores intelectuales habían hecho un excelente trabajo sobre esas dos grandes figuras del pensamiento republicano del siglo XVII que son John Milton y Algernon Sidney, y que la existencia de biografías intelectuales sólidas me permitiría enfocarme en la interpretación filosófica de las obras. El lugar que Milton ocupa en la primera revolución inglesa (1642-1649) y después en el seno del nuevo régimen republicano y bajo la Restauración (1649-1660) había sido tratado en trabajos serios. Lo mismo ocurría con Sidney, en cuanto a sus posiciones durante la crisis de la exclusión y su participación en las redes radicales que pretendían instaurar una república en Inglaterra. Al estar estos trabajos disponibles, lo que me faltaba era poner a prueba mi hipótesis según la cual estos dos autores se apoyaban en una teoría de los derechos y al mismo tiempo en una teoría de las virtudes sin que por ello incurrieran en ninguna incoherencia.
También me preguntas, Luc, por qué haber elegido estos dos autores que no pertenecen al canon clásico de filosofía. El motivo es que estaba convencido de que el hecho de que no fueran grandes autores de la tradición no implicaba que no fuera legítimo dedicarles un trabajo en profundidad. Es un problema y una realidad institucional en la filosofía: por razones comprensibles atendiendo a ciertos parámetros (el peso de las oposiciones en la selección de los contenidos, y por ende de las necesidades de la enseñanza de la filosofía en la universidad), muy a menudo solamente los grandes autores son considerados como objetos de estudio legítimos en la investigación. Esto plantea dificultades, especialmente en la ardua competencia para obtener un puesto, pero pienso que es en gran medida una realidad institucional cuyo fundamento filosófico o intelectual, si existe, no es tan sólido como para no poder ser puesto a prueba por trabajos sobre autores no canónicos.
La premisa metodológica que animaba mi trabajo era, por consiguiente, que el hecho de que los autores se expresaran bajo forma de panfletos, incluso de panfletos incendiarios, como es el caso a veces de Milton, que insulta alegremente a su interlocutor o intenta ridiculizar a su adversario, no implica que no hubiera, detrás de la diatriba, una teoría articulada, fuerte y coherente. Milton era un temible panfletario político y religioso, un panfletario reconocido, y, si no forma parte del canon filosófico, no más que Sidney, tanto uno como otro estaban considerados como autores de primera línea a finales del siglo XVII, a lo largo del XVIII, e incluso también durante una parte del XIX. Al estudiar recientemente las notas de Barbeyrac de sus traducciones de Grotius y de Pufendorf4, me di cuenta de que Barbeyrac consideraba que Sidney era un autor digno de ser convocado para refutar los argumentos que justifican el contrato de servidumbre, glorifican la monarquía absoluta y fustigan el amor de la libertad. Y Rousseau, que conocía a Barbeyrac y había leído su traducción francesa de los Discursos sobre el gobierno civil, dirá en Cartas escritas desde la montaña algo que no suele decir a propósito de los autores que cita: “el desafortunado Sidney pensaba como yo”. Aunque este tipo de declaraciones siempre tienen que ser leídas con precaución, esta cita sugiere por lo menos que una investigación sobre Sidney puede dar buenos resultados, siempre y cuando sea tan rigurosa, pausada y metódica como las que habitualmente se dedican a Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes o Marx. Ahora bien, como la forma que toma la argumentación es diferente, esta investigación requiere de mucha prudencia.
Bernard Manin – Quisiera hacerle una pregunta acerca de su itinerario intelectual. Ha puesto el acento en la parte de su trabajo que ha consistido en estudiar a los autores del pasado y, de manera general, como se formó en la universidad francesa, en el hecho de que el análisis exegético de los autores del pensamiento político ocupa un lugar privilegiado en este trabajo. No obstante, me parece que en sus investigaciones actuales – especialmente en el texto que nos ha presentado en el Seminario de Filosofía política normativa a propósito del uso de la historia de las ideas en la filosofía política – usted critica más bien la mezcla entre los argumentos de filosofía política estrictamente hablando y el establecimiento de tesis históricas sobre lo que ha dicho o ha querido decir tal o cual autor. ¿Cómo llegó usted a esta insatisfacción ante lo que podríamos denominar una mezcla de géneros, que es muy característica de la formación en Francia – no lo critico, lo constato – a pesar de haber sido formado en esta atmósfera?
Christopher Hamel – No estoy convencido de que la mezcla de géneros que me produjo insatisfacción sea característica de la formación que recibí en Francia. Cuando hacía mis estudios, el tipo de filosofía política normativa que tomaba como objeto de estudio el mundo contemporáneo y que se proponía analizar y ordenar los valores y los principios subyacentes en las sociedades democráticas, al tiempo que reflexionaba sobre sus traducciones institucionales, estaba poco desarrollado en Francia o, al menos, yo no fui iniciado en este tipo de enfoque de manera directa. Los modelos que pude tener – si tomamos por ejemplo el caso de los miembros de mi jurado de tesis, Jean-Fabien Spitz, que me dirigió, Catherine Larrère o Luc Foisneau – en principio son especialistas de autores del pasado, formados en historia de la filosofía. Esto no les impidió, más adelante, interesarse por la filosofía política contemporánea. La mezcla de géneros que suscitó mi insatisfacción es de otra naturaleza. Lo observé en la teoría política normativa de lengua inglesa, que considera evidente que podemos buscar una tesis, un argumento o una objeción para responder a una pregunta contemporánea, en Platón, Rousseau o Hegel, sin preocuparnos en absoluto del contexto de elaboración de las obras. Esta actitud implica negar pura y simplemente la historicidad de los argumentos que tomamos del pasado, problema del que tomé conciencia gracias a la frecuentación de trabajos de historia intelectual contextual. Según la actitud que critico el pasado es un depósito a disposición del trabajo filosófico presente, desprovisto de toda densidad histórica. A pesar del impresionante auge de una historia intelectual contextual que advierte de los riesgos de tal instrumentalización, los teóricos contemporáneos siguen afirmando que la práctica de la teoría política está íntimamente ligada a la historia del pensamiento político5, sin preocuparse sin embargo lo suficiente acerca de la compatibilidad de las exigencias propias a la investigación histórica, por un lado, y a la elaboración normativa contemporánea, por otro. Mi insatisfacción proviene del hecho de que los que para mí son más rigurosos y estimulantes en el enunciado de su programa teórico normativo contemporáneo son al mismo tiempo aquellos que tienen menos escrúpulos a la hora de asumir una continuidad muy fuerte entre su teoría y la tradición a la que dicen pertenecer. Pienso, en particular, en el trabajo de Philip Pettit que sostiene, por un lado, que su teoría neo-republicana debe ser evaluada desde un punto de vista filosófico y no histórico y, por otro, que se propone desarrollar esta teoría en términos “fieles” a la tradición republicana6. Aunque no considero que sea rigurosamente imposible mantener a la vez estas dos exigencias, me parece importante notar que esta articulación está lejos de ser evidente. Mi alegato estaría más bien a favor de una estricta división del trabajo7.
Luc Foisneau – Quentin Skinner habla, para criticar esta apropiación ahistórica de argumentos del pasado, de “filisteísmo”, e insiste también en una comparación entre la historia del arte y la historia del pensamiento político: lo que nos negamos a hacer en historia del arte – recurrir a los cuadros del pasado para darles un uso actual, – nos autorizamos a hacerlo en el campo del pensamiento político. ¿Apoyarías íntegramente el alegato a favor de lo que podríamos llamar un contextualismo radical que sostiene que, para leer a Rousseau, hay que hacerlo exclusivamente desde el punto de vista de sus lectores contemporáneos? ¿Seguirías este camino? Y en caso afirmativo, ¿no te arriesgarías a recibir críticas por ser este enfoque de principio a fin historicista?
Christopher Hamel – Efectivamente, es tentador adoptar ese enfoque, que consistiría en afirmar que todos los usos contemporáneos del pasado son ilegítimos porque implicarían por principio descontextualizar lo que necesariamente debe ser contextualizado para tener sentido. No es mi postura, y no creo que sea la de Skinner. En realidad, nos brinda ejemplos, en sus trabajos, de usos pertinentes del pasado en debates contemporáneos, y estos ejemplos invalidan el falso juicio en relativismo al que a veces le hemos sometido de forma un tanto apresurada. Pienso sobre todo en su artículo sobre la libertad negativa en Maquiavelo, en el que intenta mostrar que Maquiavelo nos ayuda a pensar lo que los debates analíticos sobre la libertad negativa no supieron ver8. Por supuesto, aquellos que tienen espíritu historicista aseguran que Skinner va demasiado lejos en este artículo, porque hace de Maquiavelo un interlocutor de los teóricos políticos contemporáneos. Pero el argumento de Skinner consiste en sostener que si este ejercicio tiene sentido – no hay duda de que para él sí lo tiene, y para mí también – es precisamente porque la tesis de Maquiavelo que invoca es una tesis histórica: es en la medida en que esta tesis es reconstituida en su entorno intelectual que puede, a continuación, ser integrada a un debate en el que es susceptible de adoptar una pertinencia específica. Dicho de otro modo, si podemos hacer que Maquiavelo dialogue con los teóricos contemporáneos de la libertad negativa, es solamente después de haber comprendido cómo Maquiavelo articula una doctrina de la virtud cívica con una concepción negativa de la libertad. Yo tendería a ir en esta dirección, teniendo siempre presente el peligro – que todos los historiadores tienen presente, evidentemente – de las semejanzas engañosas y de los efectos de continuidad que son en realidad ilusiones resultantes de la ignorancia del contexto. Cuanto más contextualizamos, más diferenciamos, más especificamos y más posibilidades hay de que el contexto de la idea que analizamos esté alejado del contexto contemporáneo en el que tratamos de intervenir y que, por consiguiente, la pertinencia de la puesta en común de ambos contextos se vea, sino suspendida, por lo menos reducida. Esto no invalida sino que complica, de manera interesante, la implementación de una diálogo diacrónico.
Luc Foisneau – Para terminar, ¿podrías presentarnos los proyectos en los que trabajas actualmente?
Christopher Hamel – La primera parte de mis investigaciones actuales, que se inscribe en el campo de la historia intelectual, consiste en estudiar ciertas formas de republicanismo en el pensamiento europeo del siglo XVIII, en Francia, especialmente a través de la recepción de los Discursos de Sidney, pero también en el mundo anglófono y en Italia. El objetivo, en lo que respecta al ámbito francés, es dar buena cuenta de la tesis, omnipresente, de la excepción francesa – la idea, para mí mítica, de que el pensamiento republicano habría aparecido en pleno período revolucionario y que estaría ausente en la Ilustración y apenas presente al principio de la Revolución francesa. La idea no es releer el siglo XVIII bajo la perspectiva del período revolucionario, sino observar, por el contrario, a modo de prolongación de trabajos importantes ya realizados9, la importante circulación de las ideas republicanas, sobre todo inglesas, pero no únicamente, en la Francia de la Ilustración. Más allá de esta circulación de las ideas republicanas en la Ilustración francesa, quiero mostrar que diversas formas de republicanismo de derechos estaban ampliamente aceptadas en el pensamiento republicano del siglo XVIII. La cultura política republicana en Francia, y probablemente fuera del país galo también, a mis ojos sufre una doble incapacidad: le cuesta defender la inscripción de las reivindicaciones de derechos en el marco republicano intelectual, y no consigue defender las exigencias cívicas como medios para proteger mejor los derechos. Sin aportar ninguna respuesta directa ni fácil, la historia intelectual ofrece la posibilidad de familiarizarse de nuevo con formas de argumentación olvidadas. La otra parte de mis trabajos actuales, que se enmarca en el campo de la filosofía política normativa propiamente dicha, que exige ajustes de lenguaje y de método y que no practico o practico solamente a penas, consiste en prolongar el programa de Philip Pettit, mostrando de manera más rotunda de lo que él hace que el concepto de derechos es indispensable, no solamente para comprender la tradición republicana, sino también para pensar el republicanismo en el presente. Asimismo, me intereso por el tema de los fundamentos morales del ideal de no-dominación: limitando su tesis a la afirmación según la cual la libertad es un bien primordial10, o, más recientemente, un conjunto de libertades básicas11, Pettit se priva de medios para responder a la objeción de la servidumbre voluntaria, es decir a la objeción que consiste en sostener que algunos individuos, o grupos de individuos, pueden tener razones, sociales, morales o religiosas, de no querer la libertad prometida por la teoría neo-republicana, de no considerarla como un bien primordial. Solo podemos responder a esta objeción desarrollando la idea de que no solamente hay que representar la no-dominación como un bien como tantos otros por el cual tendríamos un interés, ya que, para ser ciudadanos libres e iguales, tenemos el derecho de querer estar protegidos de la voluntad arbitraria de los demás. Estas son, básicamente, las grandes líneas de mis investigaciones actuales.
Notes
1
Quentin Skinner (1978). Les Fondements de la pensée politiques modernes, traducido al francés por J. Grossman y J.-Y. Pouilloux, París, Albin Michel, 2001. Referencias de la versión en español: Quentin Skinner (1985). Los fundamentos del pensamiento político moderno, Fondo de Cultura Económica.
2
J.G.A. Pocock (1997). Le Moment machiavélien. La pensée politique florentine et la tradition républicaine atlantique (1975), trad. L. Borot, París: Presses universitaires de France. Referencias de la versión en español: J.G.A. Pocock (2002). El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica, trad. Eloy García López y Marta Vázquez Pimentel, Tecnos.
3
John Trenchard y Thomas Gordon (1995). Cato’s Letters : or Essays on Liberty, Civil and Religious, and Other Important Subjects (1720-1723), editado por R. Hamowy, Indianapolis: Liberty Fund, 2 volúmenes. Referencias de la versión en español: Johan Trenchard y Thomas Gordon (2018). Cartas de Catón, estudio y traducción de Ricardo Cueva Fernández, BOE.
4
Christopher Hamel (2019). “« Un livre anglais de politique républicaine » dans la France des Lumières”, introducción a Algernon Sidney, Discours sur le gouvernement (1698), trad. fr. P. Samson, La Haye, 1702, reedición Caen: Presses Universitaires de Caen, pp. 11-122.
5
Ver, como ejemplo emblemático, Gerald F. Gaus y Chandran Kukathas (editores). Handbook of Political Theory, Londres: Sage, 2004, p. vi.
6
Philip Pettit. Républicanisme (1997), trad. fr. P. Savidan y J.-F. Spitz, París: Gallimard, 2004, pp. 11, 28, 169 y 227 (sobre la pretensión filosófica, distinguida de la preocupación por la fidelidad histórica), y p. 111 y también Just Freedom. A moral compass for a complex world, New York, Londres: W.W. Norton & Co, 2014, p. 5 (sobre la pretensión de la teoría de ser fiel a la tradición).
7
Desarrollo esta posición en “Quel rôle pour l’histoire de la pensée politique dans le néo-républicanisme ?”, en Y. Bosc et al., Cultures des républicanismes. Pratiques, Représentations, Concepts de la Révolution anglaise à aujourd’hui, París: Kimé, 2015, pp. 253-267.
8
Quentin Skinner, “The idea of negative liberty : philosophical and historical perspective”, en R. Rorty, J. B. Schneewind, Q. Skinner (editores). Philosophy in History. Essays on the historiography of philosophy, Cambridge: Cambridge University Press, 1984, pp. 193-221, retomado en Q. Skinner. Visions of politics, vol. 2, Virtues of the Renaissance, Cambridge University Press, 2002 (la traducción francesa se publicará en la editorial Droz).
9
Ver, especialmente, los trabajos de Rachel Hammersley, The English Republican Tradition and Eighteenth-century France. Between the ancients and the moderns, Manchester: Manchester University Press, 2010, o, en Francia, el número especial de La Révolution française. Cahiers de l’Institut d’histoire de la Révolution française, 2013, n° 5 : “Le républicanisme anglais dans la France des Lumières et de la Révolution”, y el número especial de Lumières, 2018, n° 27-28 : “Lumières et républiques. Entre crises et renouvellement”.
10
P. Pettit, Républicanisme, op. cit., p. 123.
11
P. Pettit, Just Freedom, op. cit., capítulo 3.