Universidad uruguaya y Guerra Fría cultural
Profesora en Letras

(Universidad Nacional de San Martin - CeDInCI/UNLP)

Vania Markarian, Universidad, revolución y dólares, Montevideo, Debate, 2020

Vania Markarian, Universidad, revolución y dólares, Montevideo, Debate, 2020.

Universidad, revolución y dólares nos presenta una historia la Universidad de la República durante los agitados quince años que precedieron al golpe militar que tuvo lugar en el Uruguay en junio de 1973. Si las historias previas de la UdelaR se habían concentrado en los procesos que llevaron al logro del cogobierno y la autonomía, el presente trabajo de Vania Markarian explora cómo se afianzó esa meta alcanzada y cómo se consolidó la estructura que actualmente conserva la universidad. Pero la obra no se desarrolla bajo la forma de una historia institucional, sino que, como su título provocativo sugiere, pone el foco en los debates que tuvieron lugar en el Uruguay en la década de 1960 sobre las fuentes del financiamiento externo a la investigación superior, debates que excedieron ampliamente al ámbito universitario y se proyectaron sobre el cada vez más polarizado campo intelectual uruguayo, imbricados con procesos concomitantes que acontecieron en América Latina, como los sonados casos del Proyecto Camelot en Chile o el Proyecto Marginalidad en la Argentina. En ese sentido, Universidad, revolución y dólares se inscribe con pleno derecho en los estudios sobre guerra fría cultural en América Latina.

Formada en la Universidad de la República, y luego magister y PhD en la Columbia University, Vania Markarian, exploró en sus primeros trabajos el problema del exilio y los derechos humanos en la historia reciente de su país, a partir de la historia cultural y política de las izquierdas. Sin embargo, es en el cruce de su faceta de historiadora con su labor como directora del Archivo de General de la UdelaR (AGU) donde sus últimas investigaciones, abordadas con las herramientas de la historia intelectual, adquieren una marca distintiva. El contacto diario con la gestión de los archivos strictu sensu parece haberse convertido en el marco de sus nuevos trabajos sobre movimiento estudiantil, reforma universitaria y radicalización política de las juventudes en la década previa al golpe de estado de 1973, que vino a clausurar la ebullición de ese período marcado por la polarización provocada por la Guerra fría. En esta nueva investigación, publicada por la editorial Debate a fines del 2020, Markarian se sumerge de lleno en los disputas libradas en el Consejo Directivo Central de la UdelaR, animadas por la imperiosa necesidad de reformas de estructura y función de una universidad pública (la única en el Uruguay de los años 1960) que debía modernizarse para constituirse en “piedra de toque” del cambio social. Polémicas que alcanzaron también hondas repercusiones en el campo intelectual uruguayo.

Dos tesis fuertes atraviesan la narrativa de Universidad, revolución y dólares. Por una parte, la autora sostiene que la politización de los debates impulsados por las corrientes estudiantiles –e intelectuales, podemos agregar– antiimperialistas contribuyó a “la definición de políticas científicas, la institucionalización de diferentes disciplinas y la articulación de proyectos globales de reforma universitaria”; por otra, que estos debates cimentaron “un programa más o menos articulado de cambio social gracias al acercamiento de diversas tradiciones y generaciones de militantes” de las izquierdas. Más allá del ámbito universitario, sugiere además que estos debates contribuyeron a la unificación de esas izquierdas en la coalición del Frente Amplio para las elecciones de 1971.

Centrado en la generación de universitarios “reformistas” (es decir, aquellos que lucharon por conseguir la Ley Orgánica de 1958, identificados así por la autora por sus apelaciones al legado de la Reforma Universitaria de 1918) y con un vasto corpus documental –sobre todo los fondos institucionales y personales del AGU y la Facultad de Ingeniería (poco explorados hasta ahora) y otros fondos internacionales como el IACF de Chicago o el NARA de Washington; además de su minucioso recorrido en las publicaciones periódicas de la época– Universidad, Revolución y dólares aborda la relación de las izquierdas con la reforma de la educación superior en Uruguay durante los ’60 desde el prisma de la Guerra Fría. Repone así una dimensión global que al mismo tiempo resalta las singularidades para el caso particular uruguayo. Se inscribe además en la intersección entre una historia de las instituciones educativas, renovada con las herramientas de la historia intelectual y los estudios del pasado reciente insertos en el marco más amplio del conflicto global, lo que permite a la autora develar articulaciones poco consideradas hasta el momento entre “el adentro” y “el afuera”. De este modo, recupera la autonomía relativa de los procesos nacionales, así como establece un marco para explorar el carácter transnacional de algunos problemas que acuciaban a la región.

El libro se estructura en dos partes y registra dos debates que pusieron en cuestión el financiamiento de la investigación universitaria (sobre todo el que emanaba de organizaciones estadounidenses) a partir de los condicionamientos que esos fondos podían ejercer en la producción de conocimiento. El primero de ellos se dio en el marco de la Facultad de Ingeniería, el segundo en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. ¿Pero por qué estos en particular? La misma autora señala que si bien desde la posguerra el financiamiento externo para proyectos educativos fluía en la enseñanza superior uruguaya sin mayores cuestionamientos, con la radicalización favorecida por un hecho clave como fue la Revolución cubana, este tipo de ayudas cobró otro cariz. Los dos debates seleccionados trascendieron además las puertas de la UdelaR y saltaron a la prensa; incluso el segundo de ellos, en el contexto del fuerte cuestionamiento a las ciencias sociales desatado por el escándalo del Plan Camelot (un proyecto de investigación desarrollado por el Ejército de los Estados Unidos que intentó desplegarse en Chile) fue debatido a escala regional. Por último, estos dos escenarios le permiten recuperar los matices del proceso de construcción del inacabado “programa de reforma integral de la UdelaR más ambicioso hasta el momento”, impulsado por el rector Oscar Maggiolo, que buscó promover la reestructuración modernizante de la universidad, con la investigación científica y técnica como el motor que la transformaría en agente de cambio social, así como otras mejoras que contemplaban un régimen de exclusividad de dedicación docente, la ampliación de las actividades de posgrado, la formación docente, una moderna extensión universitaria y programas de previsión para no docentes y estudiantes.

La primera parte toma como insumo las discusiones en la Facultad de Ingeniería y Agrimensura de los grupos “reformistas” con las autoridades, que en 1965 aceptan fondos de la OEA (organización cuestionada desde la exclusión de Cuba en 1962) para cursos de formación en ciencias básicas. Estas confrontaciones ponen de relieve la orientación profesionalista que había asumido hasta entonces la universidad y llevan a formular dos preguntas clave, a saber: qué tipo de formación necesitaba el país para alentar el desarrollo económico y qué tipo de desarrollo nacional se buscaba. Además de forzar el replanteo de las prioridades en la institución, estos grupos disidentes lograron saltar al gobierno central de UdelaR y reformular el modo de enseñanza, investigación y práctica profesional de la ingeniería en Uruguay.

La segunda sección, muy distinta de la primera, se concentra en los debates que se dieron en las ciencias sociales en torno a las demandas de su profesionalización. El disparador es la organización del “Seminario Internacional sobre la Formación de las Elites en América Latina”, llevado a cabo por el sociólogo uruguayo Aldo Solari con el sociólogo estadounidense Seymur Lipset y financiado por el Congreso por la Libertad de la Cultura (organización paradigmática de la Guerra Fría) y la Universidad de California. Esta segunda parte retoma por un lado los debates sobre el “tercerismo” que tuvieron lugar en el Uruguay entre fines de 1965 y mediados de 1966 (recuperados en 1997 en una edición llevada a cabo por la Cámara de Representantes del Uruguay) así como las reacciones públicas que suscitaron los sucesivos escándalos de intervención norteamericana en las ciencias sociales –particularmente la injerencia del CLC en Uruguay, pero también los diferentes proyectos de ciencias sociales ya mencionados, Camelot y Marginalidad–, sus repercusiones tanto en el interior de la Universidad como en el campo intelectual y sus consecuencias en unos espacios disciplinares nuevos, que todavía se encontraban en proceso de constitución.

Entre ambas secciones, a pesar de sus aparentes diferencias, pueden trazarse continuidades. Un hilo particular, que retoma los trabajos previos de Markarian, es el que indaga en la historia de la Federación de Estudiantes del Uruguay (FEUU). Tradicionalmente hegemonizada por el anarquismo, por esos mismos años se opera un giro que posiciona en su dirigencia a los estudiantes de tendencia marxista, lo que nos devuelve una FEUU más intransigente y combativa con una línea ideológica radicalizada hacia el antiimperialismo que no solo disputa espacios de poder en el cogobierno, sino que promueve las comisiones de investigación del financiamiento para la ciencia. Es además esta orientación la que impulsa con éxito la candidatura del ingeniero Óscar Maggiolo, que en 1966 se convierte en rector de la Universidad.

Si en la primera parte Markarian nos lleva hacia el corazón del gobierno universitario y el accionar estudiantil, en la segunda nos sumerge de lleno en las disputas del campo intelectual, siempre en vínculo con el devenir de la universidad. El debate estudiado aquí retoma el breve ensayo de Aldo Solari, El tercerismo en el Uruguay, aparecido en la editorial Alfa de Benito Milla (por esos años representante del CLC en Uruguay) a fines de 1965 y sus repercusiones entre los intelectuales, particularmente los intercambios entre el filósofo Arturo Ardao y el ensayista Carlos Real de Azúa. La autora sostiene que la discusión erosionó los postulados de esta posición, que había marcado una equidistancia respecto de los dos bloques hegemónicos de la Guerra Fría. Es posible preguntarse si esos postulados no estaban ya en cuestión para 1965 y si los debates, ante la proclamación de la “revolución socialista” en Cuba, en abril de 1961, y unos meses más tarde, las “palabras a los intelectuales” de Fidel Castro, no fueron más bien la expresión de la imposibilidad de sostenerlos.

Producto de una propuesta de investigación del CLC, el ensayo de Solari, como bien señala Markarian, se encuentra planificado desde por lo menos septiembre de 1962. En 1963 Carlos Real de Azúa había ya terminado un manuscrito sobre el tema (Tercera posición, nacionalismo revolucionario y Tercer mundo, publicado recién en los ‘90). Por su parte, la FEUU había abandonado en los primeros sesenta los presupuestos del tercerismo uruguayo para adherir a la lucha revolucionaria socialista cubana. ¿Por qué estalla entonces el debate en la esfera pública recién en 1966, cinco años después? La autora propone una respuesta al insertar las discusiones en el marco de aquellas enfocadas en la función de la universidad y particularmente de la sociología. Desde esta perspectiva, el debate encarna, en medio de la crisis iniciada en los ’50, en la cuestión de hacia dónde debía mirar un país de pequeñas dimensiones como Uruguay y cómo debían estructurarse los proyectos de modernización. A partir de este punto, los modos de hacer sociología y la adopción de modelos metodológicos para la construcción de conocimiento no fueron menores. El libro de Solari y el debate que suscitó propiciaron una ruptura entre su generación –la de los sociólogos forjados en el desarrollismo cepalino– y la de los jóvenes “flacsistas” de la siguiente, que trataron de proyectar el futuro de la disciplina (apoyando el reformista Plan Maggiolo) sin renegar de los objetivos de profesionalización de la sociología, pero resistiendo al mismo tiempo los principios del funcional-estructuralismo.

Un tercer hilo narrativo va entretejiendo el problema de la creciente injerencia de los Estados Unidos en el campo educativo y cultural latinoamericano, particularmente marcada por la injerencia del CLC. Esta organización, presente en la región desde la década anterior, había concitado un amplio arco de adhesiones políticas e intelectuales sin mayores reservas hasta mediados de los ’60. Sin embargo, su presencia en la UdelaR en 1965, acompañando el Seminario sobre las Élites, se vuelve disruptiva en un momento de intensa polarización donde ya no parecen posibles los acuerdos ni el diálogo en pos de “terceras posiciones”. La autora vincula al CLC con el devenir de la trayectoria del sociólogo Aldo Solari e hilvana, con delicado equilibrio en el relato, el seminario, el ensayo sobre el tercerismo que provocó el debate y un tercer elemento: las denuncias del crítico literario Ángel Rama sobre la financiación del CLC y sus controversias con la revista Mundo Nuevo.  

La problemática es apasionante y el lector de la nueva historia intelectual puede extrañar aquí una inscripción de estos conflictos uruguayos en un marco latinoamericano más amplio, un alcance que sin duda excedía el marco que se propuso esta obra. Asimismo, aunque esta investigación sólo podía sugerirla, la perspectiva abierta por la historia intelectual puede ofrecer abordajes productivos para pensar las prácticas intelectuales, como las editoriales, las revisteriles, o bien la dinámica de los congresos, por esos años un formato extendido que facilitó la instancia de intervención de los intelectuales en el debate público y que aportaría matices al caso aquí explorado. En este sentido, el Seminario sobre las élites es uno más en una larga secuencia de eventos que se sucedieron en los ‘60 en la región, e incluso en la misma Udelar, donde en esos mismos días profesores, alumnos y directivos de la universidad planearon un congreso de solidaridad con Cuba, finalmente censurado por el gobierno nacional.  

En suma, el libro de Markarian ofrece un panorama complejo que recupera la autonomía de estos procesos al interior del universo académico e intelectual uruguayo. Propone a la vez una lectura de la Guerra Fría cultural en un ámbito poco explorado hasta el momento como el universitario, así como también sobre los modos en que interaccionan las ideas de dos espacios enfrentados –uno que promueve las teorías de la modernización, otro que vislumbra los problemas de la dependencia y la necesidad de autodeterminación– en la consolidación de las políticas de reforma universitaria de la UdelaR en las décadas previas a la trágica clausura que impuso la última dictadura.