Sociedad civil y autoritarismo, el lado oscuro del terrorismo do estado en Argentina
Sobre Marina Franco, El final del silencio, 2018

Sobre Marina Franco, El final del silencio : dictadura, sociedad y derechos humanos en la transición (Argentina, 1979-1983), 2018

Si hay una gran pregunta que ha recorrido los trabajos de la historiadora argentina Marina Franco en la última década es la de la relación de la sociedad civil con el autoritarismo estatal en la segunda mitad del siglo XX1. Es una pregunta historiográfica pero también es la de una historiadora involucrada en el debate público, preocupada por múltiples narrativas que desde diferentes maneras y motivos, a veces hasta contradictorios, han intentado exonerar la responsabilidad de la sociedad argentina en dichos procesos. La operación intelectual de Franco ha implicado discutir con los discursos públicos sobre la memoria del período, pero también desarmar las formas en que ciertas categorías han sido tejidas, incluso en las narrativas académicas.

Franco ha mostrado en trabajos previos que la tensión civil militar no sirve para explicar la violencia autoritaria estatal, ya que no solo los gobiernos militares llevaron adelante procesos de represión ilegal. Asimismo la idea de que los estados de excepción están vinculados a las dictaduras militares tampoco resiste a la evidencia histórica que muestra cómo gobernantes civiles, desde argumentaciones democrático liberales también justificaron la idea de excepción. Y también ha mostrado que el anticomunismo y el discurso fuertemente estigmatizante hacia la izquierda no fueron solo el resultado de la Doctrina de la Seguridad Nacional desarrollada en las instituciones militares interamericanas, sino también una práctica constante de varios sectores políticos en el contexto de la guerra fría latinoamericana2. Aunque su trabajo ha sido una contribución a la historiografía argentina, ha trascendido fronteras porque en alguna medida los problemas señalados para conceptualizar los autoritarismos estatales de la segunda mitad del siglo XX no son ajenos al resto de los países del cono sur.

En el Final del Silencio, Dictadura, sociedad y derechos humanos en la transición argentina Franco retoma varios de estos asuntos en un período específico que tiene características singulares: la transición argentina (1979-1983). Su especificidad consiste en el hecho de que la capacidad de negociación de los militares para imponer los criterios a la salida de la dictadura luego de la guerra de Malvinas se redujo al máximo en términos comparativos con lo ocurrido en otros países del cono sur. El otro aspecto singular fue que dicha transición logró los mayores avances en materia de justicia transicional. Estos logros que resultaron ejemplificantes para otras zonas del mundo se resumen en dos: la publicación del informe Nunca Más en 1984 y el juicio a la Junta Militar en 1985.

Estos dos hechos contribuyeron a construir una narrativa sobre la manera en que el tema de los derechos humanos y la problemática de los desaparecidos impactó en la esfera pública durante la transición. Desde los organismos de derechos humanos así como de distintos ámbitos académicos se construyeron narrativas que sugerían que el modo en que las preocupaciones humanitarias vinculadas al problema de los desaparecidos emergió en 1982 tuvo un papel central en la caída de la dictadura. Los organismos de derechos humanos las defendían porque les daba cierta centralidad en las condiciones de construcción de la nueva democracia. Por otra parte para aquellos sectores de la sociedad que habían apoyado la « lucha antisubversiva » estos relatos funcionaban como « tranquilizadores » (p. 37) ya que exoneraban o reducían su responsabilidad en el periodo anterior. Por estos motivos todos se encontraban en estas narrativas que hablaban de cómo la sociedad se había comprometido con los derechos humanos cuando conoció la verdad de lo ocurrido en los últimos años de la dictadura.

Marina Franco discute esta narrativa, o más bien invierte sus términos: no fue el tema de los derechos humanos lo que habilitó la crisis del régimen sino la crisis del régimen la que habilitó la emergencia de la cuestión de los derechos humanos. En sus palabras :

« este trabajo intenta mostrar que, en su origen, la emergencia fue en buena medida (aunque no por completo) una consecuencia de la deslegitimación y el derrumbe del régimen militar; y no al revés, como suele creerse. Así el tema represivo fue tomando envergadura no tanto, o no solo, por su propio peso e importancia intrínseca, sino mas bien, o también, en relación dependiente con otras dimensiones de ese derrumbe castrense: el fracaso político, la derrota escandalosa en la guerra de Malvinas y la gravísima crisis económica y social » (p. 31).

A lo largo del texto Franco interpela estas narrativas mostrando de qué modo el lugar de los organismos de los derechos humanos que denunciaban el terrorismo de estado, aunque fueron creciendo se mantuvieron relativamente marginales hasta el final del régimen. En el libro este cuestionamiento se presenta como un diálogo entre historia y memoria, que se hace de manera explícita y personal. Por momentos Franco se detiene, habla en primera persona, repasa el sentir social y luego lo discute. No lo hace desde un lugar de enunciación positivista, pues ella misma se reconoce como mediada por ese sentido común de la memoria. A través de su trabajo lo pone en cuestión o se permite dudar sobre el mismo. Tampoco las afirmaciones de Franco intentan discutir el papel de los movimientos de derechos humanos en el largo plazo, sino reconstruir la dura contingencia y las resistencias que dichos movimientos sufrieron durante la transición.

El libro se estructura en cuatro partes siguiendo un criterio cronológico. El punto de partida es la primera visita del Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados Americanos en 1979 y culmina con el retorno democrático en 1983. Franco repasa los debates en la esfera pública acerca del tema de los desaparecidos en cuatro momentos. En cada capítulo realiza un pormenorizado análisis de cómo se discute el tema de la represión en la esfera pública, quiénes son los actores que participan del debate, y qué marcos conceptuales se desarrollan para interpretar el pasado. En el tratamiento hay una preocupación permanente por rescatar el carácter contingente e indeterminado de un proceso que no parecía claro de antemano.

En términos heurísticos la investigación se sostiene con fuentes primarias vinculadas a la prensa del período. El tratamiento sobre la prensa es relevante porque explica las diferentes maneras en que conceptos como « subversión », « desaparecidos », « reconciliación », « verdad y justicia » fueron discutidos en los medios. Asimismo el análisis se vincula con las maneras en que determinados actores comenzaron a cobrar un particular protagonismo en la esfera pública en diferentes momentos (iglesia, algunos medios de comunicación específicos, FF. AA., partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales, etc.). Además de la prensa y los testimonios, el trabajo está acompañado por un conjunto de documentación oficial recientemente abierta como las Actas de la Junta Militar, que permiten entender el cambio de posicionamiento del gobierno militar en los diferentes momentos. La investigación también establece un diálogo muy productivo con un conjunto importante de fuentes secundarias escritas recientemente sobre la transición argentina. En este sentido el libro funciona como una síntesis que da cuenta de una nueva generación de estudios sobre la transición, diferente a los escritos de los ochentas y noventas en el marco de la llamada transitología.

En el capítulo 1, La legitimidad de la represión y la deslegitimación del régimen Franco describe las claves en las que se constituyó un consenso social, explicitado por los partidos políticos y actores de la sociedad civil,  acerca de la necesidad y la legitimidad de la guerra antisubversiva desarrollada por los militares desde 1975 hasta la dictadura. En 1979 ya existían diversas informaciones que aparecían en medios de prensa masivos que daban cuenta del « problema » de los desaparecidos.  Sin embargo dichos indicios no se traducían en una crítica a la dictadura que enfatizara estos aspectos. Incluso la visita de la CIDH que realizó un informe muy desfavorable de la situación de los centros de detención y cárceles, generó una reacción muy negativa desde partidos políticos, cámaras empresariales, sindicatos, asociaciones profesionales  que expresaron su descontento frente al informe denunciándolo como una injerencia extranjera que desconocía la situación de « violencia » y « caos » previa. Aunque ya comenzaban a surgir críticas a la dictadura, estas se centraban en otras temáticas pero no se discutía la legitimidad de la « lucha antisubversiva » desarrollada por los militares. Este era uno de los puntos de partida en las propuestas de diálogo entre los partidos políticos y el gobierno.

El capítulo 2, La ilusión de la apertura y la búsqueda del cierre, se inicia con los procesos de apertura de 1981 en el gobierno del general Roberto Viola y los intentos de diálogo que se ensayaron hasta la guerra de Malvinas. En dicho proceso la cuestión de los desaparecidos tuvo un mayor protagonismo y gradualmente comenzó a ser incluida por los partidos políticos. Sin embargo, en la visión de Marina Franco, la preocupación por el « problema » de los desaparecidos tuvo que ver más con la política contingente que con la preocupación humanitaria. Los desaparecidos eran un « problema » que quedaba en el medio de la negociación política acerca de una futura transición de régimen. La discusión giró en torno a quiénes se harían cargo de resolver dicho asunto, resultado de la lucha antisubversiva. Las soluciones no referían a verdad o justicia sino a procedimientos que resolvieran la situación legal de personas que no estaban muertas ni vivas. En estas discusiones, mayoritariamente, no se interpelaba la lucha antisubversiva que seguía siendo considerada necesaria y legítima por importantes sectores de la sociedad.

El capítulo 3, La eclosión antidictatorial, muestra que incluso luego de los devastadores efectos que la guerra de Malvinas tuvo sobre el régimen militar, aun las narrativas sobre el terrorismo de estado y la legitimidad de la verdad y la justicia no lograban consolidarse. En un momento marcado por la defección  de antiguos aliados que comenzaron a abandonar el régimen (iglesia, poder judicial, sectores de la prensa) y el desarrollo de múltiples críticas a la dictadura vinculadas a la política económica, el manejo de la guerra, la corrupción, ilegalidad de sus prácticas, etcétera, el problema de los derechos humanos todavía seguía en un margen aunque cada vez cobraba más importancia. En palabras de Franco los derechos humanos fueron « la causa movilizante de grupos particulares sensibles o afectados por el tema, pero no la causa generalizada de la oposición antidictatorial » (p. 263).

Por último en el capítulo 4 Las opciones se estrechan, Franco analiza el momento final de la dictadura marcado por el intento de autoamnistía proclamado por el gobierno militar, su casi unánime rechazo y las maneras en que el tema de los derechos humanos se integró a la campaña electoral, particularmente a través del discurso alfonsinista. Para Franco, el innovador discurso de Raúl Alfonsín centrado en la aspiración a una « democracia refundante que se presentaba como la reposición de la ética y del derecho en ruptura con el pasado » (p. 367) pero que no encontraba en la revisión de los crímenes del pasado el « centro de su caudal electoral » (p. 368), generó un puente con el movimiento de derechos humanos que en los años posteriores a la dictadura efectivamente logró establecer una nueva narrativa sobre el pasado centrada en la idea de terrorismo de estado, y en la demanda específica de verdad y justicia.

El trabajo de Marina Franco implica una relectura del proceso transicional desde una mirada que interpela las complejas maneras en que la sociedad argentina fue incorporando ciertas ideas sobre los derechos humanos en un momento crucial que antecede a la construcción de nuestros sentidos contemporáneos. Su contribución, en diálogo con la de los historiadores que vienen pensando el problema del consenso autoritario en las dictaduras del cono sur, logra superar dos visiones problemáticas sobre cómo la sociedad argentina se ha relacionado con el problema del autoritarismo. Por un lado interpela aquellas miradas que exoneran de responsabilidad y victimizan a la sociedad. Su trabajo muestra cómo la permanencia de la legitimidad de origen del régimen fue posible incluso en el contexto de la transición gracias a consensos sociales otorgados por importantes sectores a la llamada lucha contra la subversión. Por otro lado también escapa de miradas meramente acusatorias de una sociedad cómplice y muestra de qué modo más allá de esa hegemonía autoritaria existieron posibilidades para construir discursos alternativos relativos a la construcción de un nuevo orden político que en última instancia habilitó en el mediano plazo el desarrollo de un nuevo paradigma para pensar el problema de los desaparecidos en particular y los derechos humanos en general. Poder escapar de ambas narrativas permite pensar aquel pasado y nuestro presente de una manera mas crítica, acercándose a los límites y posibilidades de la « cultura de derechos humanos » que surgieron de aquella contingencia histórica.

Asimismo el libro abre preguntas teórico metodológicas sobre las maneras en que los historiadores hemos trabajado ciertas categorías centrales en las ciencias sociales para pensar estos asuntos. El problema de la legitimidad recorre las investigaciones de Franco. Desde su Un enemigo para la nación queda claro que la lucha antisubversiva contó con una importante legitimidad social que en este libro se transforma en la legitimidad de origen del régimen instaurado en 1976. Una legitimidad que navega entre lo racional weberiano y la hegemonía gramsciana.

El acuerdo entre amplios sectores de la población y los militares consistió en que se le reconocía el uso de los recursos de la violencia estatal para actuar de manera ilegal contra un conjunto de sectores considerados peligrosos para el orden social. Este uso de la violencia estatal de forma ilegal luego llegó a justificar la alteración del orden constitucional con el golpe de estado de 1976. La lucha antisubversiva conformó  la estrategia de consenso de las Fuerzas Armadas. Una de las claves en la que se construyó dicha legitimidad fue el silencio : los militares hacían y los sectores de la sociedad civil apoyaban; cuando las condiciones que posibilitaban el silencio se comenzaron a desarmar la legitimidad también se redujo. Esto nos hace pensar acerca de las relaciones entre silencio y legitimidad autoritaria. Parece ser una de las condiciones de dichos procesos que los actores de la sociedad civil imponen sobre los profesionales estatales de la violencia: hagan pero no hablen de lo que hacen. Se usa un discurso bélico para referirse al actor que va a ser eliminado aunque el discurso de la guerra nunca hable de la realidad de la guerra. Desde esta perspectiva los fenómenos posteriores vinculados a lo que trivialmente se llamó el show del horror, más que procesos de acercamiento a la verdad podrían ser estudiados como los mecanismos retóricos a través de los que estos sectores de la sociedad civil que apoyaron la lucha antisubversiva se apartaron y gradualmente rompieron el pacto que había legitimado la acción represiva. Esta relación sugerida en El Final del Silencio resulta muy útil para pensar múltiples formas de violencia estatal construidas contra sectores estigmatizados por diversos motivos (étnicos, políticos, sociales), donde las prácticas represivas ilegales cuentan con apoyos sociales. La condición del consenso es el mantenimiento de cierta forma de silencio.

El libro también nos indica que el silencio no puede ser utilizado como una categoría absoluta. Franco muestra cómo ya en 1979 cualquier lector atento de la prensa diaria podía conocer algunas de las bases de la represión ilegal. El término « desaparecido » ya se utilizaba en la prensa y daba cuenta de una modalidad que no era posible de encasillar en los mecanismos legales de represión. Un texto del Departamento de Estado de Estados Unidos publicado en febrero de 1980 en Clarín informaba de los métodos represivos, hablaba de torturas y ejecuciones sumarias. Tampoco había mayores problemas para hablar del tema dentro del Estado si esto se tramitaba dentro de marcos que no tuvieran que ver con el problema de los derechos humanos. Marina Franco retoma una carta rescatada por Emilio Crenzel en un trabajo previo, de los trabajadores sepultureros de San Vicente, Córdoba, dirigida al presidente quejándose por la cantidad de cadáveres no identificados que debieron enterrarse en un corto período en 1980. Frente a esta situación los trabajadores demandaban mejoras de sus condiciones laborales y salariales. La carta no tuvo mayores consecuencias para los trabajadores.

El problema del silencio no pareció tener tanto que ver con hablar de lo ocurrido sino con la manera que dichos datos se integran a interpretaciones más generales sobre el significado de lo ocurrido y, a los pocos meses, sobre la memoria de lo que pasó. Así, si los « desaparecidos » eran el resultado de una justificada y necesaria lucha antisubversiva desarrollada por los militares, esto no era algo obligatorio de silenciar ; en cambio, si los desaparecidos eran presentados como el resultado de una política represiva ilegal desarrollada por un estado terrorista, esto sí debía ser silenciado.

La investigación de Marina Franco muestra que la narrativa de la lucha antisubversiva fue muy resistente y que recién pudo comenzar a desarmarse gradualmente en el período democrático. Incluso en los primeros años de la democracia existieron modalidades intermedias como lo expresó el prólogo al Nunca Más que reconocía la legitimidad inicial de la lucha antisubversiva pero luego condenaba las prácticas de terror estatal. En este sentido la historia que nos cuenta Franco donde El fin del Silencio fue posible, es una historia mas opaca, contingente, compleja, inquietante y menos épica que las miradas tranquilizadoras y lineales que desde el presente se desarrollaron para pensar aquel dramático pasado. A la vez es una historia donde la complejidad o la contingencia no banalizan el rol central de la militancia de los derechos humanos. Lo que fue posible, fue posible gracias ellos y lo que Franco nos recuerda es que dicha lucha fue mucho más aislada, difícil y larga. Por dicho motivo el libro de Franco es una contribución académica y ciudadana ineludible para entender las fortalezas y debilidades de lo que la sociedad argentina ha construido alrededor de la noción de derechos humanos, las maneras en como aquel pasado se discutió y discutirá y qué futuros se seguirán construyendo a partir de dichos debates.

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Marina Franco, El final del silencio: dictadura, sociedad y derechos humanos en la transición (Argentina, 1979-1983), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2018.

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Entre otros ver: Marina Franco, Un enemigo para la nación: orden interno, violencia y « subversión », 1973-1976, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2012; y Marina Franco, « Rompecabezas para armar: la seguridad interior como política de Estado en la historia argentina reciente (1958-1976) », Contemporánea, Uruguay, no 2, 2012, p. 77-96 (ISSN 1688-7638).