Recuperar y repudiar fragmentos del pasado poco acordes con el presente se ha convertido en uno de los ejes de la memoria histórica, del deber de memoria o del trabajo de memoria, algunas de las denominaciones que la compleja relación entre historia y memoria ha adoptado1. De la mano de una crisis generalizada de los grandes relatos de sentido de la modernidad, la alternativa ha resaltado el papel de las minorías excluidas, una categoría que ha proliferado como autopercepción grupal de todo tipo de reivindicaciones. Lejos de cualquier unimidad memorial, el presente se caracteriza por su pluralidad y diversidad de escalas, además de por proscribir todo lo relativo al olvido, al considerarlo un mal por sí mismo2. Esta controversia global hacia el pasado se concreta de forma local con la divergencia en torno a cuestiones que acumulan lo memorial e identitario, generando legados difíciles de gestionar. Sharon Macdonald acuñó para ello el concepto de “difficult heritage”, “a past that is recognised as meaningful in the present but that is also contested and awkward for public reconciliation with a positive, self-affirming contemporary identity. ‘Difficult heritage’ may also be troublesome because it threatens to break through into the present in disruptive ways, opening up social divisions, perhaps by playing into imagined, even nightmarish, futures”3.
El riesgo de esta situación es el de radicalizar formas de conocimiento que enfrenten un modelo de análisis basado en el rigor crítico y racional, por un lado, frente al cual se situaría una percepción de lo memorial tajantemente subjetivista. Y no son dos caras opuestas e irreconciliables, sino territorios mutuamente influyentes. Memoria e historia tienen significativas diferencias junto a muchos elementos comunes, lo que implica la existencia de un diálogo que ayuda a historizar (racionalizar) la memoria, y que permite introducir la subjetividad en la historia como objeto de atención4.
Este proceso va de la mano de una creciente valoración de lo individual o de la pequeña escala, lo que se traduce, por ejemplo, en una recuperación del nacionalismo en niveles muy diversos, donde lo memorial juega un papel de primer orden. Dado que el horizonte de expectativa ya no está principalmente en una utopía futura global, el recurso a un pasado “memorializado”, fragmentado en reivindicaciones con un alto componente emocional, parece requerir un análisis de casos por más que el trasfondo de buena parte de ellos sea común, de ahí la propuesta de varios modelos teóricos cuya utilidad puede ser relevante en el análisis del caso presentado.
Este artículo trata de aproximarse a esos vínculos entre memoria e historia, a la diversidad memorial que puede identificarse en la relación de Navarra con su pasado y a las consecuencias políticas que ello conlleva. De hecho, el marco político de la Comunidad Foral de Navarra, una de las diecisiete estructuras territoriales en que se articula España, cuenta con una significativa tradición histórica y una amplia diversidad política, marcada especialmente por la existencia de un debate identitario profundo entre un regionalismo conservador de raíz católica que considera Navarra plenamente inserta en España, y un nacionalismo vasco que busca la integración de Navarra en la Comunidad Autónoma Vasca y su reunión con los territorios vascos de Francia para conformar Euskadi y aspirar a una futura independencia. La actitud de otras fuerzas de izquierda ha oscilado entre una tercera vía, o el apoyo a una de las mencionadas opciones. Entre 1991-1995 y 1996-2015 gobernó Unión del Pueblo Navarro (UPN), representante político de la primera posibilidad. Desde 2015 entró en el gobierno regional un cuatripartito formado por Geroa Bai (una coalición con el Partido Nacionalista Vasco, PNV, en lugar preeminente), con el también nacionalista radical E.H. Bildu, a los que se sumaron Podemos Navarra-Ahal Dugu Nafarroa e Izquierda Unida de Navarra-Nafarroako Ezker Batua. La reactivación de la cuestión memorial adquirió más peso desde comienzos del siglo XXI y, en el caso navarro, especialmente a partir de la segunda década y sobre todo con la intensa actividad del gobierno regional desde 2015.
Y este marco general se concretó en las polémicas en torno al pasado, señaladamente a partir de los conflictos sobre el papel del carlismo y de la guerra civil de 1936 en la historia de la comunidad, concretamente en lo relativo al Museo del Carlismo de Estella5. Este ejemplo implica todo un conjunto de referencias a lo memorial, comenzando por el papel de las conmemoraciones, el de los lugares de la memoria, la musealización del pasado, el empleo de los medios de comunicación, el lugar del trauma, o la construcción de narrativas muy diversas, todo ello como sustrato de un intenso debate político e identitario en el que el relato histórico "académico" (calificado con frecuencia como oficial), ha quedado recluido cuando no ha sido rechazado. Esto añadiría, por último, la posibilidad de reflexionar acerca del papel que la disciplina histórica juega y ha de jugar en el proceso de inserción de la memoria en el análisis del pasado.
Asumir el pasado carlista
En sesión plenaria, celebrada el 24 de abril de 1997, el Parlamento de Navarra instó al Gobierno regional “para que ponga en marcha los medios necesarios a fin de recuperar el material de valor histórico relacionado con el carlismo para su conservación en un museo o lugar adecuado, a la vez que impulsa un centro de estudios sobre este tema”6. Lo significativo es que el parlamento adoptó esta decisión por unanimidad (UPN, 17 escaños; PSN –Partido Socialista de Navarra–, 11; el partido que impulsó la iniciativa: CDN –Convergencia de Demócratas de Navarra–, 10 escaños; IU –Izquierda Unida de Navarra–, 5 escaños; Herri Batasuna, 5 escaños y Eusko Alkartasuna, 2 escaños).
Mediante acuerdo de 20 de diciembre de 1999, el Gobierno de Navarra acordó la creación del Museo del Carlismo, así como asumir su titularidad y determinar su instalación en el Palacio del Gobernador, en Estella. A tal efecto, solicitó al ayuntamiento de la capital del Ega la cesión, a título gratuito, de la propiedad del edificio, lo que se llevó a cabo el 02.03.20007. En esos años se había iniciado con fuerza en España el proceso de recuperación de la memoria histórica, culminado una década después por la llamada Ley de Memoria Histórica (2006) por la que se buscaba resarcir a las víctimas de la represión en la guerra civil de 1936-1939 y la posterior dictadura franquista8.
Museo de Carlismo de Estella
Ese mismo año 2000 el Partido Carlista, que carecía de representación parlamentaria, cedió en depósito indefinido los materiales que conservaba para conformar el embrión sobre el que construir dicho museo9, a lo que se sumaron piezas procedentes del patrimonio histórico gestionado por el Gobierno de Navarra y las donaciones que particulares fueron realizando desde entonces10. De forma paralela se comenzó la elaboración del plan director del futuro museo a partir del “Guión de Orientación para el Museo del Carlismo” redactado por el profesor Stanley Payne11. En dicho documento se estableció una estructura articulada en torno a siete apartados, el último de los cuales era el titulado: “VII. El Carlismo y la Guerra Civil (1936-1939)”. Y añadía una última sección que indicaba lo siguiente:
“La exposición del Museo debe terminar en 1939, como está previsto. Pero tal vez al final de todo vale colocar meramente un solo cuadro que explica muy sucintamente la evolución del carlismo bajo el franquismo, el descenso del carlismo con los cambios estructurales y culturales, y el cambio y división después de Franco”12.
A continuación se constituyó un comité científico que llevase a la práctica la estructura del mismo y que quedó integrado por Juan Ramón Corpas Mauleón, Consejero de Cultura y Turismo; Camino Paredes Giraldo, directora General de Cultura; y Juan Pablo Fusi, Ángel García Sanz, Jordi Canal y José Ramón Urquijo desde el ámbito académico13. Este comité desarrolló el guión inicial, matizándolo, y advirtiendo en el plan museológico que su particularidad –
que exige una delicadeza o especial atención en el enfoque – reside en el hecho que el Carlismo ha sido un movimiento de un determinado posicionamiento ideológico y político todavía vigente, por lo que no existe suficiente distancia histórica ni madurez crítica como para emitir juicios de valor definitivos. De este modo, y siguiendo con la voluntad del Gobierno Foral de explicar los hechos históricos y no posicionarse a nivel ideológico, resulta imprescindible garantizar un discurso riguroso y objetivo14.
Y es que, “[m]useums are important venues in which a society can define itself and present itself publicly. Museums solidify culture, endow it with a tangibility, in a way few other things do. Unflattering, embarrassing, or dissonant viewpoints are typically unwanted”15.
A partir de ello, la redacción de los textos que se insertaron finalmente en el museo corrió a cargo del profesor Pedro Rújula López.
Antes de su apertura se organizaron unas jornadas científicas centradas en el carlismo y su contexto16, en las que junto al debate científico de los ponentes pudo apreciarse con claridad el componente vivencial y memorial, mostrando dos niveles de percepción del pasado en ocasiones enfrentados y en los que el peso de la memoria vivida y asumida por el grupo jugó un papel determinante, como se reflejó en el uso de la primera persona del plural que remarcaba el sentimiento de pertenencia17.
El museo se inauguró el 23.03.201018, y desde el primer momento surgieron críticas sobre sus contenidos, estructura y funcionamiento, primero por parte del propio carlismo, que criticaba el límite temporal de cierre de la exposición permanente, fijado en 193919. Esta crítica fue asumida posteriormente desde diversas posiciones: “el repaso histórico acaba en 1939, por lo que no se refleja el carlismo enfrentado al franquismo o la matanza de Montejurra”20, lo que se atribuía a una intencionalidad ideológica: “ha priorizado las fases y características ideológicas más próximas a las de Union del Pueblo Navarro (UPN) y ha excluido directamente las etapas e ideas que han hecho del carlismo, en ciertos momentos, una fuerza crítica”21. Esta objeción la asumió posteriormente Adolfo Araiz, de E.H. Bildu Nafarroa, en una pregunta al Gobierno de Navarra, en la que cuestionaba que se hubiera dejado de lado “cuando el movimiento abrió distancia respecto al franquismo y acabó derivando en una propuesta muy diferente que actualmente encarna el Partido Carlista-EKA. Fue éste quien decidió legar su patrimonio al Gobierno de Navarra pero éste – en tiempos en que gobernaba el partido conservador Unión del Pueblo Navarro (UPN) – hizo algo impropio de un gobierno: acotar ideológica e históricamente un movimiento político que ha dado muchas vueltas en dos siglos”. Añadía además que ese corte temporal obviaba hechos significativos, como “el modo en que el carlismo fue retomando vigor como movimiento popular y democrático a finales del franquismo”, y sobre todo los sucesos de Montejurra de 1976 o la no legalización en 1977. Por todo ello preguntaba si estaba prevista la revisión y ampliación de los contenidos22.
Se criticaban también algunos de los elementos que explicaban el desarrollo del movimiento carlista. Como había señalado poco antes de la apertura el secretario general del Partido Carlista, Jesús María Aragón: “No se puede estar completamente de acuerdo si no lo organizas tú”23. Alguno de los visitantes de los primeros días insistía en esta opinión: “en el contenido criticaría que hay una cierta exaltación de la época del 36”24. Lo expuesto, pese a su origen académico, no colmaba las expectativas de un carlismo que esperaba mayor protagonismo y rechazaba, por ejemplo, su inserción entre los movimientos contrarrevolucionarios, o la ausencia de mayores referencias al foralismo, por más que también hubiera puntos de vista favorables, como el que señalaba que el museo había conseguido poner “de acuerdo a todos los que hoy dicen llamarse carlistas. […] Supongo que para conseguir esta opinión unánime ha sido necesario no sobrepasar la barrera de la última guerra (1936-1939); […] y se ha hecho, además, de una manera muy correcta, “políticamente correcta” […], y creo que sin herir las sensibilidades de nadie”25. Además, de forma inmediata a la inauguración se formularon también preguntas en el parlamento de Navarra sobre la ausencia del euskera en los textos del museo26. Las críticas, por tanto, cuestionaban el contenido, tanto por el planteamiento general, que mostraba la distancia entre el esquema académico y la percepción del pasado que los herederos políticos del carlismo mantenían; como por la dualidad de posturas políticas ante una cronología que planteaba, por un lado, una conflictividad latente y, por otro, una afirmación de personalidad ideológica; y, finalmente, por la ausencia del euskera, dentro del marco de una competencia entre identidades canalizada políticamente.
Mientras, y en parte por la promulgación de la ley de reconocimiento y reparación de los asesinados y represaliados a raíz del golpe de estado de 193627, se incrementó el interés por lo relativo a la represión en Navarra28. Así, el historiador Fernando Mikelarena llevaba a cabo una investigación pormenorizada sobre la cuestión que, además de publicaciones de tono más académico29, también divulgaba sus avances en prensa, lo que generaba polémicas. Así, un reportaje en el que reseñaba la responsabilidad de la Junta Carlista de Guerra en la justificación e impulso de la represión30, llevó a la queja del Comité Político del Partido Carlista-EKA de Navarra y el secretario federal del Partido Carlista, que calificaban el artículo como “[f]laca contribución a la restauración de una Memoria Histórica clara”31.
Más radical resultaba la afirmación de que el lema carlista “Dios, Patria y Rey” era “la trinidad más letal que haya existido jamás”, que no era – decía su autor – exclusiva del carlismo y que, como principios, extendía por ejemplo al Partido Nacionalista Vasco (PNV) y a la España de su tiempo32. Las respuestas por parte carlista cuestionaron estas afirmaciones, criticando “algunas interpretaciones suyas [del autor anterior], poco científicas en mi opinión sobre el carlismo”, considerándolas como “la foto fija que la ideología liberal nos pone en la televisión”33.
Las investigaciones, el debate y las polémicas en las que se vio inmersa la historia del carlismo desde la creación del museo se concretaron a nivel político solicitando la revisión de los límites temporales de su exposición permanente34, lo que ya en el verano de 2016 llevó a plantearla35, comenzando por la creación de un consejo asesor renovado en el que tuvieran cabida, además de académicos, sectores vinculados con el carlismo. Esta actualización provocó controversia, especialmente por la presencia en el mismo de la Comunión Tradicionalista Carlista (CTC). Así quedó reflejado en la pregunta al gobierno foral del parlamentario de Izquierda-Ezquerra, José Miguel Nuin del 01.12.2016, que cuestionaba la calificación de la guerra civil como cruzada que aparecía en los estatutos de la CTC y su compatibilidad con la ley de reconocimiento y reparación moral de las ciudadanas y ciudadanos navarros asesinados y víctimas de la represión a raíz del golpe militar de 1936. Preguntaba también:
¿Cómo se va a plasmar en ese museo y en el citado Consejo Asesor la participación del carlismo en la cruel represión que se ejerció en Navarra contra las gentes y colectivos de izquierdas?
y terminaba inquiriendo si se planteaba una revisión de los contenidos del museo y de la imagen que proyectaba del carlismo36.
También en este caso, la reacción carlista no se hizo esperar, criticando la iniciativa de Izquierda-Ezkerra y preguntando a su vez: “¿Dónde están Andreu Nin y sus compañeros republicanos del POUM, así como aquellos combatientes anarquistas, muertos a manos de otros sedicentes republicanos?”37.
El mismo grupo político de Izquierda-Ezkerra presentó una moción por la que se instaba al gobierno a revisar los contenidos del museo y a modificar los componentes del comité asesor. Señalaba la moción que el museo “no es fiel a los sucesos acaecidos en nuestra tierra durante el golpe de estado franquista”. Criticaban la exclusión en el mismo de “los tres años de represión carlista y la posterior posguerra”, lo que “no solo supone una ofensa para las víctimas […], sino que supone emitir una imagen idealizada y distorsionada del Carlismo”. Pedían por ello la revisión de contenidos para que apareciera el papel del carlismo en la represión desde 1936, que se realizara una exposición temporal mostrando dicha presencia en la represión y que se modificara la composición del consejo asesor38. Como consecuencia, el Parlamento instó al Gobierno de Navarra a presentar una revisión de contenidos del museo “fiel al papel jugado por el carlismo” hasta 1977 y que anulara la orden que creaba el consejo asesor39, como así lo asumió el Gobierno.
Si la moción de Izquierda-Ezquerra se fechó el día 19 de enero, hubo otras iniciativas críticas con lo que reflejaba el museo del Carlismo y que se sumaron a las peticiones de revisión e incluso de supresión del mismo. El Ateneo Basilio Lacort40, difundía ese mismo día un artículo en el que criticaba a los carlistas,
quienes han puesto el grito en el cielo con argumentos que se escapan de la realidad histórica, escudándose con razonamientos abiertamente negacionistas y escapistas. Pues siguen parapetados en el relato del autoindulto referido a los criminales hechos protagonizados por sus antiguos camaradas […]. Lamentablemente, EKA sigue empeñada en no enfrentarse con sus propios fantasmas históricos.
En esa labor de desmemoria, señalaban, habían contado con el apoyo del franquismo y sus epígonos de 1975 y 1977 y con los partidos políticos mayoritarios posteriores “que apostaron por el olvido y por la desmemoria. Nunca por la verdad, la justicia y la reparación”, en buena parte por la presencia de antiguos carlistas en la mayoría de ellos, incluyendo Bildu, a la que también criticaban. Y estas acusaciones las extendían al propio museo, al que consideraban excesivamente complaciente con el carlismo, y al efímero comité asesor mencionado, a cuyos componentes consideraban bien como ajenos a la investigación sobre la represión, bien como apologistas y exoneradores del carlismo, bien como “comisarios políticos” del mismo41.
Estas peticiones de mayor y mejor conocimiento de la represión durante la guerra civil y su reflejo en las salas del Museo del Carlismo, tanto de Izquierda-Ezquerra, como de los integrantes del Ateneo Basilio Lacort, llevaron al carlismo a responder mediante la extensión de dicha petición a la historia del mismo en la oposición al franquismo (desde el rechazo a la unificación, pasando por los incidentes de 1945, la expulsión de los Borbón Parma, Montejurra 76 o la legalización del partido pasadas las elecciones de 1977), y criticando con dureza lo que consideraban sectarismo de quienes escribían artículos como los anteriores, cargados, decía Patxi Ventura, de “[o]dio ladino” con el que, para otro articulista, se cumplía el objetivo de “escupir encima del carlismo o, en el mejor de los casos, eso es lo que han conseguido”42. Se aprovechaba también para criticar el contenido del museo y su rechazo a él:
desde EKA hemos mostrado desde su inauguración nuestra protesta por su sesgada y falsa orientación y dirección. […] el museo no muestra un carlismo salvífico e inocente sino un carlismo integrista montaraz y salvajemente contrarrevolucionario solapando al carlismo popular y su defensa de las libertades reales y comunitarias, las forales, frente a los llamados liberales43.
Los argumentos a favor o en contra del carlismo se mantuvieron en artículos posteriores, seguidos de réplicas en las que se mostraba la incompatibilidad de las posiciones. Si el Ateneo Basilio Lacort consideraba que “el carlismo es una enfermedad incurable” en la que sus principios eran los que “más fanáticos ha producido la historia”, una conclusión de este razonamiento era negar la ética de que “un gobierno democrático sostuviera o subvencionara económicamente un museo cuyos elementos ornamentales y documentales, litúrgicos y rituales constituyen, constituyeron, una apología y exaltación de la guerra”44. Frente a ello, el nieto de un carlista del 36 repasaba la historia del movimiento y reconocía la barbaridad de la represión, pero también que “somos decenas de miles los nietos de los navarros boinas rojas que ganaron (o al menos, no perdieron) la guerra civil”, considerando por ello que Navarra es “una sociedad que arrastra una tragedia. Tenemos que intentar entenderla para que nunca más vuelva a repetirse”45. Esta actitud de matización y precisión sin negar la participación carlista en la represión y defendiendo su presencia en el Museo del Carlismo, es la que mantenía Manuel Martorell “desde el rigor histórico, porque lo contrario haría un flaco favor a uno de los fundamentos de la Memoria Histórica: conocer la verdad; y lo peor que se puede hacer en un asunto de tal trascendencia y sensibilidad es intentar reparar una injusticia histórica con otra injusticia histórica”46.
Un nuevo artículo en el que, entre otras cosas, al referirse al carlismo se niega “que exista alguien que se dedique a odiar algo que no existe”47, arreció una polémica que se seguía enconando, reforzada por preguntas como: “¿Quieren un Museo? Páguenlo de su bolsillo. El carlismo para quien se lo trabaja. Sería oprobioso y un agravio que dicho Museo recibiera un euro de las instituciones públicas”48. También desde este sector de opinión se cuestionaban los argumentos del carlismo en sentido socialista y popular, y se afirmaba:
En la polémica sobre los contenidos del Museo del Carlismo de Estella subyacen las diferentes valoraciones en el presente de lo sucedido en 1936, situación idéntica a la polémica sobre el Monumento a los Caídos. Ambas están mucho más entrecruzadas de lo que se pueda pensar a primera vista, pues se sostienen en los mismos propósitos del franquismo en el que ambos proyectos se sustentan. […] negar, eliminar y borrar la memoria de lo acaecido desde el derecho de las víctimas y sus familiares, y de lo que establecen las Leyes de Memoria49.
De nuevo no se hicieron esperar las respuestas a estos artículos50, señalando por ejemplo la necesidad de incluir, junto a los crímenes del carlismo, los sufridos por el carlismo, tanto en 1936 como en épocas anteriores, en Navarra y fuera de ella. Además, criticaban los textos del Ateneo Basilio Lacort: “Acudir ahora a un revisionismo sectario presidido por un revanchismo simplista es tan falsario como lo que se pretende corregir”51. También se criticaba a este grupo y el “debate creado de manera torticera, y con ánimo rencoroso”, o al afirmar que en ellos solo se veía “odio, resentimiento y venganza”, además de señalarles que “se están enrocando en el odio visceral, en no avanzar, en empezar y acabar siempre en el mismo argumento. Y eso, en mi opinión, no es en absoluto progreso, sino algo radicalmente opuesto, es ultraconservador, es integrismo”52. También insistía en las críticas un artículo que consideraba toda la polémica como :
una controversia inútil, y no solo por las tergiversaciones expuestas por los miembros del aludido ateneo, sino por hacer alarde de una ignorancia pretendidamente disimulada con mendaz tozudez. Pienso que todo queda reducido a esta alternativa: a que en Navarra se respete la Historia en su integridad, con sus luces y sus sombras, o a que, por el contrario, se retrotraigan sus responsables a la barbarie iconoclasta, ininterrumpidamente desarrollada a partir de los administradores-saqueadores de la desamortización liberal. En definitiva: o civilización o barbarie53.
Hubo otras intervenciones, cada vez más esporádicas, como la que se preguntaba si la represión era responsabilidad generalizada del carlismo: “En ningún caso, creo, de una mayoría que también se sintió sobrecogida – pusilánime si se quiere – sin que el crimen sea atribuible al movimiento como marca”54. No ha habido mucho más desde entonces, aunque la cuestión siga latente, planteando la memoria histórica como un espacio fértil para la controversia, para la agitación y, de forma tal vez indirecta, para favorecer un mejor conocimiento de los elementos que lo integran.
Museo de Carlismo de Estella.
Memoria y posmemoria en el museo
Decía Jacques Le Goff que “la memoria colectiva ha constituido un hito importante en la lucha por el poder conducida por las fuerzas sociales. Apoderarse de la memoria y del olvido es una de las máximas preocupaciones de las clases, de los grupos, de los individuos que han dominado y dominan las sociedades históricas. Los olvidos, los silencios de la historia son reveladores de estos mecanismos de manipulación de la memoria colectiva”55. Esta afirmación contiene un significativo grado de actualidad, en pleno estallido memorial, pues añade el elemento de dominio social, de poder, que en muchas ocasiones parece quedar soslayado en las disputas memoriales. Uno de los principales participantes en la polémica sobre el Museo del Carlismo de Estella indicaba: “La lucha entre discursos legitimadores de una parte de la historia reciente – Guerra Civil, posguerra, ETA –, está en continua efervescencia”56. Esta idea parte en buena medida de algo que el medievalista francés indicaba: “La memoria es un elemento esencial de lo que hoy se estila llamar la «identidad», individual o colectiva, cuya búsqueda es una de las actividades fundamentales de los individuos y de las sociedades de hoy, en la fiebre y en la angustia”57. No es de extrañar, por tanto, que Philippe Joutard, un especialista en historia oral y en la transmisión de memorias colectivas, comenzara su último libro de forma contundente: “Hoy, todo es memoria”58. Tal vez, podríamos añadir, porque nos hallamos en un proceso constante de afirmación y rechazo de las identidades.
Esta tendencia, cada vez más asentada desde los años setenta y cuyos primeros pasos bien pueden asociarse a las revoluciones del 68, incluiría la pérdida de valor de la idea de progreso y la búsqueda de sustitutivos en el pasado, convertido en refugio; la extensión de una conciencia culpable, especialmente en occidente, dada a la petición de perdón y a la búsqueda de explicaciones; el creciente número de corrientes y movimientos reivindicativos de minorías, marginados o excluidos por la historia; las respuestas a la globalización, entendida como una amenaza desde el punto de vista cultural, pero también como un desafío a los modelos explicativos tradicionales, que reaccionaron rescatando los pilares de su particularidad; la crisis de la percepción racional y objetiva de la historia como disciplina; o la difusión de una estructura interpretativa acogida a la amplitud del término posmodernismo que, en este caso, habría patrocinado la legitimidad de todos los relatos o, si se quiere, el rechazo de las grandes justificaciones globales unitarias. En resumen: “While memory has an appeal in societies short of utopian futures, memory history, as Jay Winter has argued, can also serve to be the basis of ‘minor utopias’”59. En un contexto de crisis de las grandes explicaciones globales, ¿es la memoria un elemento sustitutivo, un instrumento de enfrentamiento contra lo establecido?
Como se ha visto en el ejemplo comentado, no se trata solamente de un ejercicio retórico o de disputas eruditas. La discusión sobre el pasado implica la necesidad de dar sentido al grupo, configurar la identidad a partir de los relatos que explican lo esencial, en muchas ocasiones frente a lo constituido, frente al poder. No es tanto, como señalaba Zeruvabel, elegir una relación de hechos dignos de recuerdo, como dar sentido a las narrativas que acogen esos hechos60. La duda puede surgir al considerar que lo sometido a discusión es un fenómeno como el carlismo, con una trayectoria de casi doscientos años. Sin embargo, lo que ha generado la controversia se vincula con la historia difícil de la represión iniciada en 1936, aunque posteriormente se haya incluído el conjunto de su trayectoria histórica como encarnación de todos los males del pasado y como herencia que lastra cualquier futuro.
La cuestión está en el paso desde las páginas de la teoría o de la literatura académica, incluso de los acercamientos divulgativos, a lo concreto del museo, a la selección de objetos que muestren ese fragmento del pasado desde perspectivas diversas, más variadas y mucho más vinculadas con las emociones61. Roland Barthes, al hablar de la fotografía, planteaba el mito de su percepción como algo que reflejaba una realidad evidente, una pura denotación sin codificar, una tautología: “On dirait que la Photographie emporte toujours son réfèrent avec elle”62. Y, sin embargo, incluso tras esa apariencia de objetividad existían connotaciones frente a las cuales quedamos desarmados al asumir que lo observado en la fotografía es “solo” un fragmento de la realidad. ¿Es el riesgo de los objetos que se colocan en el museo, que adquieren así una pátina de veracidad y certeza por su irrefutable carácter denotativo? ¿Es más inocuo el mensaje que se ofrece en un proyecto museográfico por la rotundidad de los objetos y el carácter testifical de aquello que “ha estado allí”?63. Y junto a ello, el componente emocional, una capacidad evocadora de los objetos que difícilmente alcanzan los textos académicos y que provocan respuestas en ocasiones cargadas de desasosiego, de incomodidad. Puede parecer, y de hecho así es, que esas reacciones son más intensas para aquellos que asistieron a los hechos representados, como mostraron al hablar del recuerdo sobre la I Guerra Mundial Jay Winter y Antoine Prost, que apreciaron una jerarquía: “Witnesses distinguished sharply between what they knew – which we term ‘memory’ and what others thought they knew about the war – which we term history. They did not use these terms, since their memories were history, because they spoke the truth, and history was a matter for non-combatants, always open to the suspicion that they spoke of what they did not know”64. Pero ¿qué ocurre cuando los testigos han desaparecido y, como en el caso analizado, no se producía una vivencia directa de los hechos rememorados, básicamente de segunda – o tercera – generación en lo relativo a 1936? ¿Siguen siendo los objetos capaces de conmocionar a quienes no han vivido en primera persona lo sucedido?
Estamos, por tanto, hablando de interpretación de la historia, de la construcción de relatos de sentido y de su difusión a través de un mecanismo concreto, como es el museo, una de cuyas principales funciones es la pedagógica, lo que evidentemente contiene de forma implícita o explícita, mecanismos de elaboración y puesta en marcha de narrativas de carácter identitario. La visión del pasado que ofrece un museo encierra primordialmente una memoria cultural, es decir, aquella en la que se privilegian las representaciones simbólicas de hechos situados fuera de la experiencia directa65, por lo que habitualmente son los especialistas en la cuestión abordada quienes se responsabilizan del proceso de creación del museo a partir del saber canónico-académico, como ocurrió en el que analizamos en estas páginas, al constituir un comité científico de especialistas en historia del carlismo. Sin embargo, como se ha visto en el apartado anterior, la oposición al museo y sus contenidos cuestionaba la especialización y el punto de partida adoptado para su desarrollo, requiriendo una radical transformación de los contenidos. No se trataba solo de una nueva perspectiva, sino de un movimiento en el que lo memorial asumió el examen del pasado desde una óptica popular y democrática, y a la historia académica se le atribuyó la visión oficial, cercana o dependiente del poder. En ambos casos hablaríamos de proporcionar “the symbolic order, the media, institutions, and practices by which social groups construct a shared past”66.
En el ejemplo utilizado en estas páginas nos encontramos, por un lado, con un proceso permanente de construcción del pasado y, por otro, con la distinción entre una “[a]uthentic memory produced within small communities vs. ideologically charged, official images of history”67. En esta dicotomía se puede insertar la controversia en torno al museo del Carlismo. Se trataba de recuperar la historia de manos de quienes la ostentaban de forma espuria, tenía una buena parte de rescate de la memoria postergada por el poder oficial y al solicitar esta recuperación se buscaba mostrar una versión de la historia acorde con sus propios planteamientos, acusando de paso a las versiones contrarias de manipular de forma interesada el conocimiento del pasado y, con él, tergiversando la identidad. Esta necesidad de recuperarla de otras manos, constituiría una idea suficientemente amplia como para acoger a sectores muy diversos, con la particularidad de que en este caso el eje se plantea en torno a la represión ejercida por los sublevados en la guerra de 1936, desde donde se extiende al conjunto del carlismo como fenómeno histórico. Lo que no cambia es el rechazo a la historiografía académica desde quienes repudian cualquier imagen del pasado que no responda a sus propios planteamientos:
dejando aparte numerosas y honrosas excepciones, los departamentos de Historia de nuestras universidades rebosan, mucho más que en otras disciplinas, de maleantes, de cronistas oficiales, de vagos que no han desatado un legajo en su vida y de guardaespaldas (algunos muy profesionales, eso sí) del orden establecido. Y que su cometido principal es ocultar todo polvo de antaño que pueda explicar incómodos lodos de hogaño.
Y añadía: “Las universidades vascas, capadas por la tijera colonial, han estado de espaldas a la sociedad y a sus demandas sobre el conocimiento del pasado, y por eso se ha visto tantas veces desbordadas por la iniciativa popular”. Frente a un españolismo colonialista y opresor, era esta, evidentemente, la que preservaría la recuperación de la auténtica historia: “Frente a la servidumbre de esa casta intelectual siempre hubo en el País una historiografía autóctona, patriótica podríamos llamarla”. Y concluía indicando:
Al final, como ocurrió con la Guerra Civil, la represión franquista, el centenario de la Conquista de Navarra, la destrucción de Donostia [San Sebastián], etcétera, serán las iniciativas populares, los investigadores comprometidos (universitarios o no) y las editoriales como las nuestras quienes, al margen de esa casta, divulgarán lo ocurrido en esos años, tan cercanos, tan ocultos68.
El recurso a la falta de profesionalidad, la dependencia del poder, la actitud conspirativa y oscurantista contra la verdad de la historia profesional-académica y, por extensión, de aquellas iniciativas en las que participaba, como el museo del Carlismo, contrastaba con el carácter popular, patriótico y comprometido de quienes se oponían a aquélla, rescatando la verdadera historia oculta. Este dualismo se extendía, en buena parte, al establecido entre memoria e historia, siendo la primera la más cercana a los intereses e inquietudes generales, y la segunda la rendida a los pies del poder.
El elemento diferencial en este caso, como se indicaba previamente, es la centralidad de la guerra civil en el análisis, lo que implica varios factores añadidos. Por un lado se trata de una construcción histórica que afecta a la segunda generación (o posgeneración), es decir, a quienes sin ser testigos directos, han vivido las consecuencias de lo ocurrido. A su vez, está implicada la custodia y recuerdo de un pasado traumático, la necesidad de afrontar el dolor de los demás y, por tanto, de tomar conciencia de lo ocurrido y actuar para conseguir verdad, justicia y reparación. Como señalaba Marianne Hirsch, “La conexión de la posmemoria con el pasado está, por tanto, mediada no solamente por el recuerdo, sino por un investimento imaginativo, creativo, y de proyección”. En cierto modo, por más que en la polémica se asuma un amplio activismo, lo referido a la represión de 1936 podría incluirse dentro del deber de memoria69. Esta expresión de fines de los años ochenta y comienzos de los noventa, adquirió los rasgos de una actitud cívica y política, la recuperación de una memoria que no podía desparecer. Como señalaba Paul Ricoeur, “cultiva el sentimiento de estar obligados respecto a estos otros […] que ya no están pero que estuvieron. Pagar la deuda, diremos, pero también someter la herencia a inventario”70. Y esto llevaba al activismo y la acción, a un componente moral71. No es de extrañar por tanto, encontrarnos con expresiones como: “El proceso de recuperación de la memoria histórica es el fenómeno político más relevante acaecido en España en los últimos tiempos”, se decía en 201172. Este activismo de la memoria histórica, se encontraría por tanto en el centro de su actuación. En el ejemplo propuesto en estas páginas resalta con especial fuerza el dinamismo memorial de los implicados. Tomando como referencia el rechazo generalizado al discurso que estructuró el Museo del Carlismo desde su inauguración en 2010, las posturas enfrentadas entre quienes, aun reconociendo el papel del carlismo en la represión durante la guerra civil, maximizaron sus apreciaciones y asumieron, por un lado, la necesidad de acercarlo a una imagen más evolucionada y, por otro, la de quienes consideraban el conjunto de este movimiento como un lastre histórico en modo alguno merecedor de un museo histórico, actuaron con gran énfasis en los medios de comunicación y a través de los cauces políticos a su disposición, primordialmente en el Parlamento regional.
Lo significativo es que en esta posmemoria y en su vivacidad, son los elementos materiales los que canalizan el elemento afectivo con el pasado que está en la raíz de la reivindicación memorial. La conexión viva con el pasado se realiza, por tanto, a través de la literatura, la fotografía, los objetos y testimonios. A partir de ahí, añade la prof. Hirsch, este trabajo de posmemoria puede “constituir una plataforma para un compromiso político y cultural activo e intervencionista, además de ser una forma de reparación y de re-interpelación inspirada en el feminismo y en otros movimientos de cambio social”. De hecho, lo plantea como “contra-historia”, como un mecanismo para comprender las estructuras de poder que incitan al olvido y la supresión de la memoria, así como para reparar, reinterpelar y plantear formas de justicia más allá de las institucionales73. También añade un matiz importante al concepto de posmemoria, al considerar que “no es una posición identitaria, sino una estructura de transmisión generacional inserta en varias formas de mediación”74. El componente reivindicativo de la posmemoria no asumiría, por tanto, identidades globales de carácter nacional, sino aquellas que hacían referencia a lo individual o grupal, con especial importancia del género y todo ello mediante el análisis de los medios por los que la memoria se transmitía en ámbitos próximos, familiares casi75.
En cualquier caso, la propuesta de la posmemoria podría aplicarse al análisis del papel que el carlismo representó en la represión durante la guerra civil, y cuyos traumas podrían transmitirse a la generación que sucedió a la de los protagonistas. De hecho, la propuesta de contra-historia se halla en buena parte tras los argumentos que han caracterizado la polémica analizada, por más que en ella también se incluyan, como queda reflejado en algunos de los textos citados, reivindicaciones de una identidad política, la nacionalista vasca, que ni siquiera formaba parte de las fuerzas de izquierda, el grueso de los represaliados en 1936. Podría considerarse, por ello, que más que incorporar el concepto de posmemoria a la comprensión y proyección de lo ocurrido a partir de 1936 como una memoria reivindicativa y reparadora, se habría empleado como instrumento de acción política e identitaria. Pero además, y en esta línea más política, hay que añadirle otra variable, y es que la aplicación del concepto no se ha quedado en la guerra civil y la posguerra, sino que ha derivado en un juicio histórico al conjunto del carlismo en sus casi dos siglos de historia, cuestionando no solo los contenidos del museo, sino la propia existencia del mismo, al menos a cargo de las arcas públicas.
Y es que un museo es un poderoso instrumento memorial, pues a su carácter institucional y a su capacidad para encarnar el prestigio de la cultura (en el sentido más abstracto y, por ello, más elevado), hay que añadir el ya citado aporte de restos materiales de otros tiempos, lo que agrega la sensación de veracidad y de dignidad transmitida por aquellos elementos juzgados dignos de representar el pasado. Convertidos en reliquias, se interpretarían dentro de un contexto que facilitaría su lectura a partir de los marcos de referencia existentes. Por ello, señala Tony Bennett siguiendo a Foucault, “[a]s educative institutions, museums function largely as repositories of the already known. They are places for telling, and telling again, the stories of our time, ones which have become a doxa through their endless repetition. If the meaning of the museum artefact seems to go without saying, this is only because it has already been said so many times”76. Como canalizador de significados, por tanto, el museo vendría a ser un instrumento de poder en el que la verdad o falsedad serían menos relevantes que su localización y relaciones dentro de todo un repertorio de convenciones textuales a través del cual una zona socialmente demarcada del pasado conectaría con preocupaciones sociales, culturales y políticas contemporáneas77. De ahí que el significado y sentidos de lo mostrado en las salas del museo puedan variar dependiendo de los contextos en los que se inserta, lo que no ocurre de forma casual o azarosa, sino respondiendo a la voluntad de quienes intervienen en los procesos de significación. Lo revelador es que a partir de los años ochenta del siglo XX, el contenido de museos y exposiciones se vio sometido a un intenso escrutinio pues, como se indicaba en la introducción, el creciente papel de la memoria requirió de una atención hacia el pasado en busca de zonas olvidadas de la historia. Esto chocó con una pretendida estabilidad de significados y desde ese momento se sucedieron sonoras controversias, como la del Enola Gay en Estados Unidos, o las relativas al museo de Historia de Alemania o la Wehrmacht, entre otras muchas78, muestras todas ellas de poder, establecido o alternativo, pero también de la diferencia entre la mirada académica-curatorial y la memoria-posmemoria de lo vivido-proyectado, sentido y relacionado con las emociones79. La otredad del conocimiento es la que provocaría la dificultad para aceptar contenidos que irían en contra de los marcos en los cuales se comprenden los relatos del pasado, generando controversias80. ¿Es lo que ha ocurrido en el Museo del Carlismo de Estella? Así es en buena medida. El difícil legado procedente del pasado se resiste a una categorización cerrada y la discusión sobre el contenido expositivo genera tensiones sobre la interpretación más adecuada. La cuestión es que resulta complejo compatibilizar la memoria comunicativa, es decir, la transmisión cotidiana de una vivencia posmemorial generada entre activistas de la memoria histórica y descendientes de segunda y tercera generación de víctimas de la guerra civil de 1936, y la memoria cultural vinculada a un conocimiento histórico, no vivencial, de un movimiento que es mucho más que su participación en la guerra civil. El problema radica en la capacidad para hallar puntos intermedios y consensuados, dado que la materialidad del pasado en el museo genera una capacidad de evocación que suma una reiterada insistencia en significados establecidos.
Conclusiones
Parece evidente que los estímulos memoriales han ejercido un papel significativo en el cruce de opiniones, lo que no hace sino reforzar la capacidad de transformación y adecuación a las circunstancias del momento de los mecanismos de la memoria. El Museo del Carlismo cabría dentro de estos márgenes. Sin embargo, no se trata simplemente de un elemento histórico-simbólico, sino de un activo instrumento memorial con una evidente capacidad para cuestionar y plantear identidades desde el terreno de la polémica. El hecho de que en el cruce de opiniones se tienda a distinguir con nitidez entre memoria e historia muestra a las claras el carácter instrumental de los objetos históricos considerados, frente a los cuales el análisis académico ya no es el más requerido, sino una opción y no siempre la más adecuada y valorada.
En cualquier caso, no debe dejarse de lado la posibilidad del análisis histórico, por más que su precisión y objetividad sean cuestionables. Ni menos rechazar el aporte de la memoria asociándolo con la subjetividad. La combinación de ambas perspectivas y su mutua influencia desde la racionalidad y una metodología adecuada puede aportar un conocimiento del pasado que aun asumiendo sus debilidades sume en el proceso de explicación de lo ocurrido tanto como de los intereses que han conducido a ello. Tal vez el uso de las exposiciones temporales, como se viene desarrollando hasta el momento en el Museo del Carlismo, permita acompañar y enriquecer el debate, mientras la permanente proporciona estabilidad dentro de la necesaria renovación periódica.
Por eso, uno de los objetivos de los museos históricos tal vez pudiera ser el de establecer un puente en el camino hacia la resolución de conflictos, una intermediación entre posturas encontradas con la finalidad de que se llegue a un punto de acuerdo o, al menos, a un espacio de diálogo, a una negociación memorial81. Para ello habría que adoptar una posición de transparencia en la toma de decisiones sobre los contenidos expuestos, manteniendo un contacto más amplio con la sociedad y estableciendo diversas formas de colaboración82. En este sentido, cabría insistir en la necesidad de que el museo no se limitara a la preservación, sino que buscara el conocimiento, su incremento y su difusión, especialmente en aquellos temas más controvertidos y difíciles emocionalmente83. El problema es cuando existe una confrontación identitaria, menos dispuesta al acuerdo por el esencialismo de las posiciones. Pese a todo, el museo puede ejercer un papel de intercesión añadido a su función pedagógica y formativa.
Respecto a esto último sería importante educar la empatía, tratar de percibir lo ocurrido en el pasado no desde posiciones maximalistas, sino colocándose en el lugar de quienes vivieron los hechos, incluso a nivel individual. No se trataría tanto de obtener una síntesis histórica, como un relato que primara la identificación emocional. De algún modo, habría que suavizar la sensación de pérdida que los temas conflictivos plantean al visitante de un museo. Para ello, los museos históricos debieran reforzar el componente conciliador e historizar lo ocurrido (incluyendo la propia memoria como “objeto” que debe mostrarse), indicando la distancia cultural con el pasado para comprender mejor la percepción de los protagonistas de lo ocurrido y mostrar así la dificultad hacia el pasado, hacia ese país extranjero del que habló Lowenthal84.
Notes
1
Este texto forma parte del proyecto del Ministerio de Economía y Competitividad HAR 2016-77292-P. Agradezco a los evaluadores sus acertadas sugerencias, y a Iñaki Urricelqui y Silvia Lizarraga, del Museo del Carlismo, su ayuda para la realización de este artículo
2
Terry Eagleton (Cultura, Barcelona, Taurus, 2017), es muy crítico al afirmar que “aunque la política identitaria y el multiculturalismo pueden ser fuerzas radicales, en su mayor parte no son revolucionarias. […] la política cultural de hoy no es dada a desafiar esas prioridades. Habla el lenguaje del género, la identidad, la marginalidad, la diversidad y la opresión, pero con mucha menos frecuencia el idioma del Estado, la propiedad, la lucha de clases, la ideología y la explotación” (p. 176-177); y David Rieff, In praise of forgetting. Historical memory and its ironies, New Haven, Yale University Press, 2016.
3
Sharon Macdonald, Difficult Heritage. Negotiating the Nazi Past in Nuremberg and Beyond, New York, Routledge, 2009, p. 1. Véanse, entre otros: Jennifer Bonnell y Roger I. Simon, “‘Difficult’ exhibitions and intimate encounters”, Museum and Society, 5/2, 2007, p. 65-85; John A. Haymond, “The muted voice: the limitations of museums and the depiction of controversial history”, Museum & Society, 13/4, 2015, p. 462-468; Julia Rose, Interpreting Difficult History at Museums and Historic Sites, Lanham, Rowman & Littlefield, 2016.
4
Santos Juliá, Elogio de historia en tiempo de memoria, Madrid, Fundación Alfonso Martín Escudero-Marcial Pons Historia, 2011.
5
También podría hablarse de lo relativo al que se conoce como “Monumento a los Caídos” de Pamplona, a la controversia que suscitó el quinto centenario de la conquista de Navarra (1512-2012), o incluso a lo relativo a la memoria de ETA, ejemplos todos del debate en torno al pasado en la Navarra actual.
6
Boletín Oficial del Parlamento de Navarra (en adelante BOPN), IV Legislatura, nº 30, 30.04.1997, p. 7; Diario de Navarra, 25.04.1997, p. 35. Este periódico, fundado en 1903, mantiene desde sus orígenes una posición regionalista conservadora y católica.
7
Diario de Navarra, 01.02.2000, p. 53; 27.04.2000, p. 43; 28.04.2000, p. 54.
8
Entre la mucha bibliografía al respecto, véase: Pedro Ruiz Torres, “Los discursos de la memoria histórica en España”, Hispania Nova, 7, 2007.
9
Orden Foral 96/2000, de 17 de marzo.
10
Un reflejo de ello es el catálogo de la exposición temporal Comprometidos con la historia. Donaciones y depósitos en el Museo del Carlismo, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2014.
11
Orden Foral 324/2001, 27 de agosto.
12
Información procedente de la respuesta de la consejera de Cultura del Gobierno de Navarra a la pregunta de Adolfo Araiz (17.06.2016), recogida en BOPN, IX Legislatura nº 122, 24.10.2016, p. 22.
13
Orden Foral 422/2006, de 14 de diciembre.
14
De la respuesta de la consejera de Cultura a Adolfo Araiz citada en nota 10, p. 23.
15
Steven C. Dubin, Displays of Power. Controversy in the American Museum from the Enola Gay to Sensation, New York, New York University Press, 1999, p. 3.
16
El carlismo en su tiempo: geografías de la contrarrevolución. Actas de las I Jornadas de Estudio del Carlismo (1ª: 2007, Estella); Violencias fratricidas: carlistas y liberales en el siglo XIX. II Jornadas de Estudio del Carlismo (2ª: 2008, Estella); Imágenes: el Carlismo en las artes. III Jornadas de Estudio del Carlismo, III Jornadas de Estudio del Carlismo (3ª: 2009, Estella); "Por Dios, por la Patria y el Rey": las ideas del carlismo. IV Jornadas de Estudio del Carlismo, IV Jornadas de Estudio del Carlismo (4ª: 2010, Estella), editadas en Pamplona, Gobierno de Navarra, 2008, 2009, 2010 y 2011, respectivamente. Ya hubo una dura crítica a la primera de las mismas en el artículo “La Historia al servicio de la clase política”, El Federal, 31, 12.2007, p. 7.
17
Eviatar Zeruvabel, Time maps. Collective memory and the social shape of the past, Chicago, University of Chicago Press, 2003, p. 3.
18
Diario de Navarra, 24.03.2010, p. 68-70. Véase, sobre el museo: Carmen Valdés, “El Museo del Carlismo (Estella, Navarra)”, 6º Encuentro Internacional Actualidad de la Museografía, Madrid, ICOM, 2010, p. 125-38; Luis Hernando de Larramendi, “Museo del Carlismo: intrahistoria y reflexiones”, Aportes, 75, 2011, p. 103-8; e Iñaki Urricelqui y Beatriz Marcotegui, “El Museo del Carlismo; conservación, difusión e investigación de un patrimonio histórico”, en: Daniel Montaña, José Rafart (eds.), Propaganda carlista, religió, literatura i operacions militars, Aviá, Centre d’Estudis d’Aviá, 2015, p. 243-259.
19
Cristina Solano, “El Partido Carlista critica que el museo no recoge su ideología y que la historia no está completa”, Diario de Noticias, 09.05.2010, p. 34. Este periódico mantiene posiciones de izquierda próximas al nacionalismo vasco.
20
Ramón Sola, “Museo del Carlismo sin fuero ni Montejurra”, Gara, 24.03.2010, p. 1, 6-7. Este periódico está en la órbita del nacionalismo vasco radical.
21
“Dejar legados en manos de UPN es un riesgo”, Gara, 24.03.2010, p. 11.
22
BOPN, IX Legislatura nº 88, 17.06.2016, p. 32-33.
23
“La historia del Carlismo ve la luz”, Diario de Noticias, 21.03.2010, p. 37.
24
“Estella aprueba con nota su nuevo museo”, Diario de Navarra, 28.03.2010, p. 31; “El Museo del Carlismo recibió 4.000 visitantes en sus primeras dos semanas”, Diario de Navarra, 10.04.2010, p. 34. También Román Felones, entonces parlamentario socialista, pese a la impresión positiva que transmitía, apuntaba “una pregunta [que] sigue flotando en el aire: ¿Dónde está ese pueblo sufrido que nutrió el movimiento?” (“El museo del Carlismo”, Diario de Navarra, 08.04.2010, p. 14).
25
Fernando Hualde, “Museo del Carlismo. Desde sus orígenes hasta 1939”, Diario de Noticias, 03.05.2010, p. 22-23, las citas, de p. 22.
26
Formulada por el parlamentario de Geroa Bai, Patxi Telletxea, el 29.03.2010 (BOPN, VII Legislatura, nº 39, 16 de abril de 2010, p. 13), que reiteró la queja en la visita que la Comisión de Cultura del Parlamento de Navarra realizó al museo (“La comisión de Cultura del Parlamento conoce el Museo del Carlismo de Estella”, Diario de Navarra, 26.05.2010, p. 31). También se concretó la protesta en la aparición de pintadas en la puerta del museo tres días después de la inauguración y en el descontento generalizado por esta ausencia (Diario de Noticias, 28.03.2010, p. 11; “Una explicación histórica que no tiene traducción a ninguna lengua”, Diario de Navarra, 10.04.2010, p. 34).
27
Ley Foral 33/2013, de 26 de noviembre, Boletín Oficial de Navarra, 233, 04.12.2013, p. 12432-12434.
28
Un importante antecedente al respecto fue el trabajo titulado: Navarra 1936. De la esperanza al terror, Tafalla, Altaffaylla Kultur Taldea, 1986.
29
Sartaguda 1936: El pueblo de las viudas, Pamplona, Pamiela, 2013; Sin piedad: limpieza política en Navarra, 1936. Responsables, colaboradores y ejecutores, Pamplona, Pamiela, 2015 y Muertes oscuras, contrabandistas, redes de evasión y políticos en el país del Bidasoa, Pamplona, Pamiela, 2017, y además el libro de Ignacio Lacasta, Vuelta del Castillo, Memoria histórica y familiar, Pamplona, Pamiela, 2014. Véase también, entre otros: Iñaki Alforja Sagone, Fuerte de San Cristóbal, 1938. La gran fuga de las cárceles franquistas: testimonios y documentos, Pamplona, Pamiela, 2005; Fermín Ezkieta, Los fugados del Fuerte de Ezkaba, Pamplona, Pamiela, 2017 (2ª); Ramón Herrera, Diccionario audiovisual de la Memoria Histórica en Navarra, Pamplona, Pamiela, 2017.
30
Fernando Mikelarena, “El carlismo y el castigo al nacionalismo”, Diario de Noticias, 23.03.2014, p. 12-13 y el firmado por Víctor Moreno, Fernando Mikelarena, Pablo Ibáñez, José Ramón Urtasun, Carlos Martínez y Txema Aranaz (Ateneo Basilio Lacort), “Memoria y relato de la limpieza política de 1936-1939 en Navarra”, Diario de Noticias, 11.05.2016 (edición electrónica).
31
“Memoria histórica fraccionada”, Diario de Noticias, 27.03.2014, p. 29.
32
Víctor Moreno, “Dios, Patria y Rey”, Gara, 20.06.2014, p. 9. Volvió a decirlo dos meses después: “la trinidad de su ideología fue Dios, Patria y Rey, tres de los conceptos más nefastos de la humanidad a lo largo de su Historia” (Diario de Noticias, 28.08.2014, p. 20).
33
Patxi Ventura, “Subordinaciones equívocas de la Historia y su orden”, Diario de Noticias, 21.08.2014, p. 20 y “Respuesta a Víctor Moreno”, Diario de Noticias, 05.09.2014, p. 24. La segunda cita de Jesús Mª Aragón Samanes, “De ahorcados con su propia soga”, Diario de Noticias, 08.09.2014, p. 19.
34
La pregunta de Adolfo Araiz mencionada en la nota 9 recogía esta demanda, o la moción solicitando al Gobierno Central la desclasificación de los documentos relativos a Montejurra 76 (BOPN, IX Legislatura nº 94, 01.07.2016, p. 5-7). Véase también el artículo del propio Araiz en el que se recogen buena parte de los argumentos de la moción (“Montejurra 76, desclasifiquemos la verdad”, Diario de Noticias, 03.07.2016, p. 32 y “Montejurra 76, desclasificar la verdad”, Gara, 21.07.2016, p. 7); y el publicado en Diario de Navarra: Luis Landa, “Cuatro décadas de Montejurra 76”, 11.05.2016, p. 14, en el que se recogía la misma petición y se hacía eco de la de la princesa María Teresa de Borbón Parma.
35
Respuesta de la consejera de Cultura, Ana Herrera, a la pregunta de Adolfo Araiz, BOPN, IX Legislatura nº 122, 24.10.2016, p. 22-6.
36
BOPN, IX Legislatura nº 148, 12.12.2016, p. 17-18; Diario de Navarra, 10.12.2016, p. 29; Diario de Noticias, 12.12.2016, p. 13. Bingen Amadoz (“Hijos… muy diferentes”, Diario de Noticias, 26.06.2016, edición digital); Víctor Moreno, Fernando Mikelarena, Pablo Ibáñez, José Ramón Urtasun, Carlos Martínez y Txema Aranaz (Ateneo Basilio Lacort), “Tu quoque, fili mi!”, Diario de Noticias, 29.05.2016, edición electrónica; o el artículo “Instrucciones para ser requeté y matón”, Diario de Noticias, 14.06.2016, edición electrónica, recogían diversos ejemplos de la implicación carlista en la represión, especialmente personalizada en Jaime del Burgo.
37
Carta del Comité político del Partido Carlista-EKA de Navarra (Diario de Noticias, 15.12.2016, p. 31).
38
BOPN, IX Legislatura, nº 19, 27.01.2017, p. 8-10. La respuesta del gobierno en BOPN, IX Legislatura, nº 39, 02.03.2017, p. 5-7. Véanse también el artículo de Joseba Eceolaza, de Izquierda-Ezquerra, “El carlismo de verdad”, Diario de Noticias, 21.01.2017, p. 30 y la nota aparecida en Diario de Noticias, 24.01.2017, p. 61.
39
BOPN, IX Legislatura, nº 30, 13.02.2017, p. 5. “El Parlamento insta a revisar los contenidos del Museo del Carlismo”, Diario de Navarra, 09.02.2017, p. 69; “El Museo del Carlismo se rediseña para incluir épocas más recientes”, Diario de Navarra, 12.02.2017, p. 34. Un ejemplo similar fue el del cambio del contenido de una exposición dedicada al papel del ejército canadiense en la II Guerra Mundial, que fue bien valorada desde el mundo académico, pero criticada fuera de él: David Dean, “Museums as conflict zones: the Canadian War Museum and Bomber Command”, Museum and Society, 7/1, 2009, p. 1-15.
40
Véase su página web, donde se presentan y recopilan tanto los textos publicados en prensa como otros de su propio sitio: https://basiliolacort.wordpress.com/. Basilio Lacort fue un guardia civil, republicano y periodista, defensor de la separación Iglesia-Estado y en el contexto de fines del siglo XIX en Navarra objeto de duras críticas desde las instituciones y la Iglesia, siendo excomulgado en 1900. Véanse sobre él, por ejemplo, los artículos de Ángel García-Sanz Marcotegui, “Nuevas noticias sobre Basilio Lacort, sus empresas periodísticas y La Pelea”, Príncipe de Viana. Anejo 5, 1986, p. 471-489; “Los primeros años de Basilio Lacort, el ‘Nakens navarro’”, Gerónimo de Uztariz, 30-31, 2014-2015, p. 11-38; “Los familiares de Basilio Lacort, el ‘Nakens navarro’”, Príncipe de Viana, 77/265, 2016, p. 893-916.
41
Firmado por Fernando Mikelarena, Víctor Moreno, José Ramón Urtasun, Carlos Martínez, Pablo Ibáñez y Txema Aranaz, “Polifonía del negacionismo carlista”, Diario de Noticias, 19.01.2017, p. 30. También: Víctor Moreno, “Si nadie quiso asesinar, ¿por qué hubo tantos muertos?”, Gara, 20.01.2017, p. 7. Lo criticaba Jose Mari Esparza Zabalegi (“Carlismo y música celestial”, Diario de Noticias, 23.02.2017, p. 30 y Gara, 24.02.2017, p. 12), exaltando el carácter popular del carlismo, su conciencia de clase y resistencia popular y su condición de precedente de una conciencia nacional vasca, ausente todo ello, en su opinión, del museo del carlismo.
42
Así lo pedía, por ejemplo, Fermín Martínez, “La verdad del carlismo sí, pero toda”, Diario de Noticias, 24.01.2017, p. 27; Jesús Mª Aragón Samanes, “Aquí, el que no tiene un pero tiene un manzano”, Diario de Noticias, 26.01.2017, p. 29; Patxi Ventura San Juan, “Carlistas y Museo del Carlismo”, Diario de Noticias, 30.01.2017, p. 20 y Fermín Martínez, “Polifonías o psicofonías”, Diario de Noticias, 29.01.2017, p. 33, para la cita.
43
Patxi Ventura San Juan, “Carlistas y Museo del Carlismo”; también criticaban al museo, al hilo del artículo del Ateneo Basilio Lacort, los artículos de Evaristo Olcina, “El triste sino del Museo del Carlismo”, Diario de Noticias, 23.01.2017, edición digital; y Javier Cubero de Vicente, “Polifonía del negacionismo francojuanista”, Gara, 07.02.2017, p. 12.
44
Firmado por Víctor Moreno, Fernando Mikelarena, José Ramón Urtasun, Carlos Martínez, Pablo Ibáñez y Txema Aranaz, “El carlismo no tiene cura”, Diario de Noticias, 31.01.2017, p. 26. Consideraba Patxi Ventura que este artículo era muestra del “odio irracional y la bilis” (“El odio anticarlista”, Diario de Noticias, 06.02.2017, p. 22), o que sus autores “son claramente beligerantes exclusivamente contra un movimiento popular como lo fue el carlismo” (Josep Miralles Climent, “Como el carlismo no tiene cura le quieren aplicar la eutanasia”, Diario de Noticias, 03.02.2017, edición digital); y aun eran más duros en estas apreciaciones Luis Martínez Gárate, “Una de marxchismo”, Diario de Noticias, 03.02.2017, edición digital; y Jesús Mª Aragón Samanes, “El instinto es, es el instinto”, Diario de Noticias, 09.02.2017, p. 37.
45
Fermín Azpilikueta, “Sobre boinas rojas y las banderas de (muchos de) nuestros abuelos”, Gara, 01.02.2017, p. 9.
46
Manuel Martorell, “La represión de boina roja”, Diario de Navarra, 07.02.2017, p. 55. Este autor ya había hecho referencia al tema en “Carlismo, historia oral y las ‘zonas oscuras’ de la Guerra Civil”, Gerónimo de Uztáriz, 23-24, 2008, p. 219-226.
47
Víctor Moreno, “Ateneo Basilio Lacort y carlismo”, Gara, 19.02.2017, p. 11. Por estas fechas Javier Cubero de Vicente resaltaba el fondo de crítica al Museo del Carlismo que la polémica no debía dejar de lado (“Consideraciones sobre el Museo del Carlismo”, Diario de Noticias, 27.02.2017, edición digital).
48
Víctor Moreno, Fernando Mikelarena, Carlos Martínez, José Ramón Urtasun, Clemente Bernad y Txema Aranaz, Ateneo Basilio Lacort, “Metodología carlista obscena”, Gara, 02.03.2017, p. 9 (también publicado como “Más que torpezas metodológicas”, Diario de Noticias, 22.03.2017, p. 26).
49
Fernando Mikelarena, Víctor Moreno, Carlos Martínez, José Ramón Urtasun, Clemente Bernad y Txema Aranaz, “Banalización, negación, tergiversación”, Diario de Noticias, 09.03.2017, p. 34.
50
Jesús Mª Aragón Samanes, “Penoso no, lo siguiente”, Diario de Noticias, 02.03.2017, p. 25; Fermín Martínez, “Pena”, Diario de Noticias, 13.03.2017, p. 25.
51
Evarist Olcina y Patxi Ventura, “Respecto al futuro del Museo del Carlismo”, Diario de Noticias, 13.03.2017, p. 24. Este artículo apareció previamente en la edición digital del periódico.
52
Lázaro Ibáñez Compains, “Gracias a quienes participan sin odio”, Diario de Noticias, 22.03.2017, p. 27; José Mª Muruzábal del Solar, “Cultura en Navarra: entre progreso e integrismo”, Diario de Noticias, 24.03.2017, p. 24, respectivamente. Una respuesta a este último, de Víctor Moreno, “Los Caídos: maniqueísmo al acecho”, Diario de Noticias, 01.04.2017, p. 32.
53
Evaristo Olcina, “Museo Carlista: Propiedad de la historia”, Diario de Noticias, 21.04.2017, p. 24.
54
Mikel Sorauren, “Afirmación de la negación”, Diario de Noticias, 30.05.2017, edición digital.
55
Jacques Le Goff, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Barcelona, Paidós, 1991 (ed. original, Storia e memoria, Turín, Einaudi, 1977), p. 134.
56
Víctor Moreno, “Historiadores ‘buenos’ y ‘malos’”, Diario de Noticias, 21.07.2014, p. 24. Este artículo respondía al publicado por Luis Castells y Fernando Molina, “Bajo la sombra de Vichy: el relato del pasado reciente en la Euskadi actual”, Ayer, 89/1, 2013, p. 215-227, e inició una polémica en la que también participó Fernando Molina (“Historia y nación: subordinación equivocada”, Diario de Noticias, 16.08.2014, p. 16), entre otros.
57
Jacques Le Goff, El orden de la memoria, p. 181.
58
Histoire et mémoires, conflits et alliance, París, La Découverte, 2013, p. 9.
59
Bill Niven, Stefan Berger, “Introduction”, in Stefan Berger, Bill Niven (eds.), Writing the history of memory, Londres, Bloomsbury, 2014, p. 4.
60
Eviatar Zerubavel, Time maps. Collective memory and the social shape of the past, Chicago, University of Chicago Press, 2003, p. 12-14.
61
S. H. Dudley, “Museum Materialities: Objects, Sense and Feeling”, in Sandra H. Dudley (ed.), Museum Materialities. Objects, Engagements, Interpretations, Londres, Routledge, 2010, p. 1-17; véase “The emotional museum”, primera parte del volumen colectivo editado por Jenny Kidd et al., Challenging history in the museums. International perspectives, Farnham, Ashgate, 2014, p. 19-79; Chloe Paver, “Exhibiting Negative Feelings: Writing a History of Emotions in German History Museums”, Museum & Society, 14/3, 2016, p. 397-411. Plantea una interesante distinción entre “history as experienced emotionally and history as remembered emotionally” (p. 400).
62
Roland Barthes, La Chambre claire. Note sur la photographie, Paris, Cahiers du Cinéma, Gallimard, Seuil, 1980, p. 17; “Le message photographique”, Communications, n° 1, 1961, p. 127-138; “Rhétorique de l'image”, Communications, n° 4, 1964, p. 40-51.
63
Peter N. Miller, History and its objects. Antiquarianism and material culture since 1500, Ithaca, Cornell University Press, 2017.
64
Jay Winter, Antoine Prost, The Great War in History. Debates and Controversies, 1914 to the Present, Cambridge, Cambridge University Press, 2005, p. 174. Esa implicación de los testigos está detrás de algunas de las principales controversias sobre exposiciones realizadas a partir de los años ochenta del pasado siglo, como se indica más adelante.
65
Jan Assmann, Cultural Memory and Early Civilization. Writing, Remembrance, and Political Imagination, Cambridge, Cambridge University Press, 2011, p. 36-41; y “Communicative and cultural memory”, in Astrid Erll, Ansgar Nünning (eds.), Cultural Memory Studies. An International and Interdisciplinary Handbook, Berlín, Walter de Gruyter, 2008, p. 109-118. Véanse también: Jan Assmann, Aleida Assmann, “Collective memory and cultural identity”, New German Critique, 65, 1995, p. 125-133, y de Aleida: Der lange Schatten der Vergangenheit. Erinnerungskultur und Geschichtspolitik, Munich, C.H. Beck, 2006; Geschichte in Gedächtnis. Von der individuellen Erfahrung zur öffentlichen Inszenierung, Munich, C.H. Beck, 2007 y Erinnerungsräume. Formen und Wandlungen des kulturellen Gedächtnisses, Munich, C.H. Beck, 2009.
66
Astrid Erll, “Cultural Memory Studies: An Introduction”, in Astrid Erll, Ansgar Nünning (eds.), Cultural Memory Studies An International and Interdisciplinary Handbook, Berlín, Walter de Gruyter, 2008, p. 5.
67
Astrid Erll, “Cultural Memory Studies: An Introduction”, in Astrid Erll, Ansgar Nünning (eds.), Cultural Memory Studies An International and Interdisciplinary Handbook, Berlín, Walter de Gruyter, 2008, p. 7. Énfasis en el original. Véase también: Harald Welzer, Sabine Moller y Karoline Tschuggnall, Mi abuelo no era nazi. El nacionalsocialismo y el Holocausto en la memoria familiar, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2012, p. 225-226 (ed. original: “Opa war kein Nazi”. Nationalsozialismus und Holocaust im Familiengedächtnis, Frankfurt am Main, Fischer, 2002).
68
El autor, Jose Mari Esparza Zabalegi, es el editor de Txalaparta, “fábrica principal, junto con la editorial Pamiela, de la nueva memoria colectiva del nacionalismo radical vasco”, habían escrito Castells y Molina en el artículo de Ayer (“Bajo la sombra de Vichy: el relato del pasado reciente en la Euskadi actual”, Ayer, 89/1, 2013, p. 222), que generó la polémica en la que este artículo se incluye (“La lucrativa industria de la Historia”, Diario de Noticias, 27.08.2014, p. 18), y en la que hubo críticas contra el carlismo histórico (Víctor Moreno, “Mentar la soga en casa del ahogado”, Diario de Noticias, 28.08.2014, p. 20).
69
Véase Sébastien Ledoux, Le Devoir de mémoire. Une formule et son histoire, Paris, CNRS Éditions, 2016.
70
Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, México, FCE, 2004, p. 120 (ed. original: La Mémoire, l'histoire, l'oubli, París, Seuil, 2000).
71
Véase: Paul Ricoeur, “L'écriture de l'histoire et la représentation du passé”, Annales HSS, 55/4, 2000, p. 731-747.
72
Rafael Escudero Alday, “Conceptos contra el olvido: una guía para no perder la memoria”, in R. Escudero Alday (ed.), Diccionario de memoria histórica. Conceptos contra el olvido, Madrid, Catarata, 2011, p. 7. Reyes Maté hablaba en este volumen del deber de memoria (p. 15-21).
73
La generación de la posmemoria. Escritura y cultura visual después del Holocausto, Madrid, Carpe Noctem, 2015, p. 19, 21, 58 y 33-34, respectivamente (ed. original: Nueva York, Columbia University Press, 2012).
74
Énfasis en el original. La generación de la posmemoria. Escritura y cultura visual después del Holocausto, Madrid, Carpe Noctem, 2015, p. 61 (ed. original: Nueva York, Columbia University Press, 2012).
75
Véase Harald Welzer, Sabine Moller y Karoline Tschuggnall, Mi abuelo no era nazi. El nacionalsocialismo y el Holocausto en la memoria familiar, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2012, (ed. original: “Opa war kein Nazi”. Nationalsozialismus und Holocaust im Familiengedächtnis, Frankfurt am Main, Fischer, 2002).
76
Tony Bennett, The Birth of the Museum. History, Theory, Politics, Abingdon, Routledge, 1995, p. 147; “These conflicts are displays of power, the result of groups flexing their muscles to express who they are or to beat back the claims of others” (Steven C. Dubin, Displays of Power, p. 245); “Der Streit um das Museum kann als Streit um kulturelle Hegemonie gesehen werden” (Etta Grotrian, “Kontroversen um die Deutungshoheit. Museumsdebatte, Historikerstreit und ‘neue Geschichtsbewegung’ in der Bundesrepublik der 1980er Jahre”, Zeitschrift für Religions- und Geistesgeschichte, 61/4, 2009, p. 388).
77
Tony Bennett, The Birth of the Museum. History, Theory, Politics, Abingdon, Routledge, 1995, p. 132.
78
Véase, en general: Steven C. Dubin, Displays of Power, y p. 186-226 para el primero de los ejemplos citados. Además: David Thelen, “History after the Enola Gay Controversy: An Introduction”, The Journal of American History, 82/3, 1995, p. 1029-1035; Vera L. Zolberg, “Museums as contested sites of remembrance: The Enola Gay affair”, The Sociological Review, 43/1, 1995, p. 69-82; Charles T. O'Reilly, William A. Rooney, The Enola Gay and the Smithsonian Institution, Jefferson, McFarland & Co., 2005; Arthur Lima de Avila, “A Plane, a Bomb, a Museum: The Enola Gay Controversy at the National Museum of Air and Space of the United States (1993-1995)”, Storia Della Storiografia, 65, 2014, p. 15-27; para el caso alemán: Christoph Stölzl (ed.), Deutsches Historisches Museum: Ideen-Kontroversen-Perspektiven, Frankfurt y Berlin, Propyläen Verlag, 1988; Omer Bartov, “The Wehrmacht Exhibition Controversy: The Politics of Evidence”, en su Crimes of War: Guilt and Denial in the Twentieth Century, Nueva York, The New Press, 2002, p. 41-61; Hannes Heer, “The Difficulty of Ending a War: Reactions to the Exhibition ‘War of Extermination: Crimes of the Wehrmacht 1941 to 1944’”, History Workshop Journal, 46, 1998, p. 187‐203; Detlef Hoffmann, “The German Art Museum and the History of the Nation”, in Daniel J. Sherman, Irit Rogoff (eds.), Museum Culture. Histories, Discourses, Spectacles, Londres, Routledge, 1994, p. 3-21; Jürgen Kocka, “Ein chronologischer Bandwurm. Die Dauerausstellung des Deutschen Historischen Museums”, Geschichte und Gesellschaft, 32, 2006, p. 398-411; Chloe Paver, “Exhibiting Negative Feelings: Writing a History of Emotions in German History Museums”, Museum & Society, 14/3, 2016, p. 397-411; David Clarke, “Understanding Controversies over Memorial Museums: The Case of the Leistikowstraße Memorial Museum, Potsdam”, History and Memory, 29/1, 2017, p. 41-71.
79
Susan A. Crane, “Memory, Distortion, and History in the Museum”, History and Theory, 36/4, 1997, p. 44-63.
80
Neil Harris, “Museums and Controversy: Some Introductory Reflections”, The Journal of American History, 82/3, 1995, p. 1102-10.
81
Silke Arnold-de Simine, The Palgrave Macmillan mediating memory in the museum. Trauma, empathy, nostalgia, Houndmills, Palgrave Macmillan, 2013. En buena medida, “[M]useum visiting is an embodied performance of heritage making in which ideas, meanings, identity, and cultural values are negotiated” (Laurajane Smith, “Changing views? Emotion, intelligence, registers of engagement, and the museum visit”, in Viviane Gosselin, Phaedra Livingstone (eds.), Museums and the past. Constructing historical consciousness, Vancouver, UBC Press, 2016, p. 117).
82
Véase por ejemplo: David Dean, “Museums as Sites for Historical Understanding, Peace, and Social Justice: Views From Canada”, Peace and Conflict: Journal of Peace Psychology, 19/4, 2013, p. 325-337; Nina Simon, The Participatory Museum, Santa Cruz; Jenny Kidd et al., Challenging history in the museums. International perspectives, Farnham, Ashgate, 2014, p. 81-134.
83
Eilean Hooper-Greenhill, Museums and Education. Purpose, Pedagogy, Performance, Abingdon, Routledge, 2007; Jenny Kidd et al., Challenging history in the museums. International perspectives, Farnham, Ashgate, 2014, p. 195-242.
84
Véanse: Elif M. Gokcigdem (ed.), Fostering Empathy Through Museums, Lanham, Rowman & Littlefield, 2016; y Julia Rose, Interpreting Difficult History at Museums and Historic Sites, Lanham, Rowman & Littlefield, 2016, p. 72-3.