Face à la guerre en Ukraine 2. Sobre las encrucijadas intelectuales ante una guerra en curso
Historiador

(Universidad de Buenos Aires)

Bombardements russes sur Kiev

Bombardeos rusos en Kiev.

¿Qué hacer?

El conflicto que se libra en Ucrania plantea la cuestión de qué puede aportar a una mayor comprensión del asunto una revista como Passés Futurs. Dicho en otras palabras, qué tipo de intervención específica cabe más allá del presente de las diversas posiciones ante el hecho de la guerra o la común congoja ante las víctimas fatales o los civiles desplazados.

Es claro que, aun en sus aristas más específicas, la cuestión exige un delicado trabajo de distanciamiento y compromiso que aquí apenas podemos reconocer, en la vorágine de un proceso en marcha cuyas noticias son selectivas e incompletas. Pero quizás ya sea algo registrar que, en la variedad de posiciones, también parecen expresarse formas muy variadas de experiencia y de presencia del pasado en el presente. Así las cosas, vayan estas notas desde el cono sur; un “sur” que está lejos de constituir una esencia o experiencia pre-discursiva, ya que también fuera del espacio euroatlántico se generan debates encendidos.

Nuestro objeto no es tomar partido respecto de una guerra en la que hay intereses, opacidades y disensos, pero sobre todo víctimas. Tampoco aspiramos a analizar un fenómeno complejo, ajeno a nuestros saberes especializados. Nos preocupa más bien reflexionar sobre las reacciones de esa categoría en crisis que es la de “intelectuales” ante un fenómeno terrible como es la guerra. Por lo demás, es imposible sustraernos a la diferencia sustantiva derivada de escribir estas líneas a decenas de miles de kilómetros de distancia; una peculiaridad que debe ser objeto de reflexión porque no genera su propia elucidación. Quizás lo que sigue sea apenas el testimonio de tres universitarios en la Argentina, obstinados en problematizar un torbellino en el cual los hechos irreversibles parecen neutralizar, dada la urgencia de pronunciarse, la consigna de que a veces es correcto hacer complejas tareas que a primera vista parecen simples.

Noticias de ayer

A la luz de esas noticias, que para gran parte del mundo constituyen la única fuente de información disponible, lo que más claramente se advierte desde aquí es la tendencia a presentar el conflicto de Ucrania como la expresión de un conflicto civilizatorio. De un lado habría un país victimizado y de otro una potencia intemporal y casi fantasmática, de cuya historicidad mayormente se sacrifican los detalles. Incluso se apela a explicaciones que la buena historiografía ha cuestionado hace ya demasiadas décadas, tales como la atribución causal de un fenómeno complejo a las “ideas” de un filósofo extravagante como Aleksander Dugin en tanto ideólogo de Vladimir Putin.

En países como la Argentina, una gran parte de los medios concentrados sobreimprime a la demonización de las vacunas rusas la del país invasor, sin declinar identificaciones cuyo anacronismo, evidente, es ciertamente interesante: una Rusia que, siendo zarista o siendo putinista, es siempre y ante todo soviética y comunista aunque proclame lo contrario. Esa esencia rusa sería ajena a las, presuntamente nuestras, formas capitalistas y occidentales.

Una buena parte de esas noticias, también, pasa rápidamente el origen del conflicto en su dimensión propiamente geopolítica (que no es la que más interesa aquí pero tampoco puede ser soslayada): los hechos de la invasión debilitan los términos del equilibrio que la precedió o los que marcan la sinuosa presencia de estados, potencias y organismos internacionales, con el consecuente debilitamiento -al menos hasta los anuncios de Suecia y Finlandia- del papel de entidades revitalizadas pero nunca desdeñables como la OTAN. Cualquier trabajo sobre las imágenes e interpretaciones del pasado y el presente del conflicto exige tomar nota de esa batalla que se está librando junto a la otra, más claramente terrible que impredecible. Es probable que esto parezca más preciso visto desde países que, como los nuestros, han sido objeto de prolongadas y multifacéticas intervenciones, con saldos ofensivos de tragedia y miseria. Desde países como los nuestros, insistimos, porque consideramos que tanto para enfrentar el desafío impuesto por la actual coyuntura bélica como, más en general, para llevar adelante el proyecto propuesto por nuestra revista desde sus inicios, la inscripción geográfico-cultural (y en un sentido amplio, política) es imprescindible e inevitable.

Passés Futurs nació bajo el signo de la multiplicidad; de investigadores, situaciones y perspectivas, pero más en general, de temporalidades, ya presentes desde su título en su invocación a Hannah Arendt y Reinhart Koselleck. Si la propia condición de historicidad remite a una ajenidad, a un mirarse y comprenderse desde afuera (como en el relato de Ulises en la corte de los feacios, recogido por Arendt, o el impacto del mundo extra-europeo para la Neue Zeit de Koselleck), se trata entonces de seguir tensando este juego de miradas para poder pensar el episodio bélico desde un ángulo, efectivamente, histórico, es decir que comprenda el escenario europeo en una mirada hospitalaria con otros actores y dinámicas que también lo están tensando, quizás más visibles por fuera de sus fronteras. O, apelando a la provocativa expresión bien conocida en los estudios postcoloniales, para “provincializar a Europa” (y quizás convenga recordar aquí que en la India de Dipesh Chakrabarty las lecturas del conflicto ruso-ucraniano han sido muy otras a las europeas).

Decir esto no implica asumir una mirada que, pretendiéndose postcolonial, termine equiparando a los actores del conflicto en un tan genérico como incomprensible “resto del mundo”, al amparo de posiciones que simplifican y disuelven la heterogeneidad económica, política y cultural del escenario global (“The West and the Rest”, “Global South”, etcétera). Por el contrario, y ciñéndonos a algunas de las citas que se dan por textuales, podemos ver también cómo V. Putin lanza sus dardos contra el Lenin que más se inquietó por pensar el problema nacional (el de la cuestión georgiana), mientras reivindica una Rusia también intemporal pero imperial. Vemos, a la vez, cómo esa declaración de fe anticomunista convive en las noticias con las patologizaciones que defienden sin conflicto una lectura inversa, y la ofrecen como clave capaz de explicarlo todo. Observamos, en consecuencia, la necesidad de desmontar esas construcciones, como requisito de cualquier aporte apropiado a estos instantes de peligro.

Los usos del presente

Uno de los grandes tópicos desarrollados en la investigación histórica desde por lo menos 1980 ha sido el de “los usos del pasado”. No hay por qué descartar que varios descubrimientos logrados en esa cantera sean relevantes para pensar también las actitudes de y académicos/as e intelectuales ante la situación actual que pone al mundo en vilo. Si entonces suponemos que lo real no está simplemente allí, y en consecuencia es inviable esa operación deseada por la fenomenología husserliana de “poner entre paréntesis el mundo” (épochè, Einklammerung) para dirigirse “a las cosas mismas”, es viable conjeturar que nos hallamos ante una coyuntura no solo compleja por su propia dificultad. Lo más preocupante es que parece arrastrarnos como un huracán cuya violencia obliga a ubicarse en uno de los, en apariencia, solo dos lados de una barricada sobre la que este mismo vértigo nos impide reflexionar.

De allí que las maneras contrastadas en que este conflicto se expresa en la arena pública enfaticen la necesidad de un trabajo de distancia al que el pensamiento histórico podría contribuir, al menos, de tres modos. Primero, recordando los límites de todo juicio sobre un proceso histórico en curso (por lo que, sea cual sea la perspectiva adoptada, sería temerario extraer conclusiones que no fueran provisionales, como es recomendable hacer ante imágenes de acontecimientos que desfilan incesantes sobre nosotros sin permitir la pausa de la reflexión), pero también, más modestamente, la amplitud del campo de tensiones en que se sitúan tanto el testimonio como el ojo que mira. Segundo, contrarrestando la tentación de plantear el problema como la confrontación entre la luz y las tinieblas, entre el bien y el mal o entre la verdad y la mentira. Es decir, alentando a complejizar el análisis, como lo haríamos respecto de un fenómeno que se hubiera producido cinco siglos atrás. Tercero, alimentando la desconfianza ante las explicaciones unilaterales y banales, tales como aquellas ligadas a la patologización de los individuos o las psicologías individuales, en beneficio de la atención a múltiples aspectos y contextos, como es habitual en una investigación histórica científica. Hay siempre, y no es menos claro aquí, diversos actores e intereses en conflicto.

Es precisamente el perfil de esta revista el que alienta a reflexionar sobre la manera en que la investigación académica y los intelectuales reaccionan frente a un problema arduo, sobre el que existen relatos variados, a menudo contradictorios, cuya diversidad merece ser encarada. Con esto no deseamos situarnos por fuera del conflicto, sino recobrar algunos aportes del pensamiento crítico en tiempos difíciles.