Vania Markarian, Uruguay, 1968, Berkeley, University of California Press, 2017
Uruguay, 1968

Vania Markarian, Uruguay, 1968: Student Activism From Global Counterculture to Molotov Cocktails, Berkeley, University of California Press, 2017. Traducción de Laura Pérez Carrara.

La historiadora Vania Markarian ha producido uno de los estudios más innovadores sobre las relaciones entre activismo estudiantil, radicalización ideológica y política, y pautas culturales juveniles en la década de 1960. Centrándose en Uruguay, y más específicamente en el “momento ’68”, esta monografía contribuye a repensar los debates sobre la emergencia de una “nueva izquierda” a escala continental y a cuestionar miradas teleológicas que interpretan aquel momento por lo que vino después. A la inversa, Markarian nos invita a entenderlo como “el fogonazo que iluminó las grandes nubes que se venían acumulando en la oscuridad”. Así, la autora analiza transformaciones de las condiciones socioeconómicas que hacían que muchos uruguayos creyeran vivir en “la Suiza latinoamericana”, un emergente ciclo de protesta social datado desde fines de la década de 1950 y la aparente imposibilidad del sistema político de lidiar con ese y otros disensos sin apelar a medidas de “excepción” – tal el caso de las Medidas de Pronta Seguridad por las que se dotaba al Presidente con poderes de coartar derechos civiles y políticos, utilizadas ya a fines de 1967 y luego, en junio de 1968 –. En la pluma de Markarian, ese “fogonazo” ilumina su pasado cercano y, más fundamentalmente, se ilumina a sí mismo y a su actor más visible, el movimiento estudiantil.

En sintonía con una literatura producida en las últimas décadas – especialmente en el mundo anglosajón –, Markarian colabora con la renovación de la historia del movimiento estudiantil, entrecruzando su historia con la de los cambios en las culturas juveniles en los “largos sesenta” y deshilvanando las múltiples tensiones que esos cruces habrían implicado en la configuración de postulados ideológicos, estrategias organizativas y, también, pautas de sociabilidad y de consumo1. En tal sentido, Uruguay, 68 no solamente aporta la reconstrucción de un “caso” hasta ahora menos conocido que México o Brasil, sino que lo hace desde una perspectiva historiográfica alejada de los estudios sobre las memorias, que desde la década de 1990 han dinamizado e impregnado nuestras interpretaciones sobre las décadas de 1960 y 1970, especialmente para el Cono Sur. Enmarcado en el cruce de la historia política y cultural, Uruguay, 68 se construye sobre una sólida base empírica, combinando informes de inteligencia policial recientemente desclasificados, materiales de archivo de la Universidad de la República, fuentes periódicas (de la prensa partidaria y nacional, publicaciones contraculturales) y, en menor medida, entrevistas con informantes clave. En su conjunto, Markarian ofrece una mirada analítica rigurosa y atenta, en especial, a los clivajes generacionales que hicieron a la transformación de las izquierdas.

Si bien el libro ofrece muchas pistas para la comprensión de las relaciones entre una emergente cultura juvenil con rasgos transnacionales y el activismo de izquierda, sus hallazgos (y su prisma) se recuestan mucho más sobre este último territorio. A partir de un análisis de caso, con toda la especificidad que esto indica, Markarian discute las demarcaciones tajantes entre una “nueva izquierda” y una “izquierda tradicional”, a veces codificada también como una dicotomía entre “izquierda revolucionaria” o “izquierda reformista”. Para quienes en el pasado y en el presente usaron esas distinciones, el Partido Comunista Uruguayo (PCU) se habría ubicado en el segundo polo, esto es, como “tradicional” o “reformista”. Se trataba de un partido que aspiraba al aprovechamiento de las “ventanas democráticas” (desde 1921 había actuado en la legalidad de modo ininterrumpido) y a la construcción de frentes; que se oponía a la vía armada, postulando – a la inversa – ideas en torno a un “camino largo y doloroso” hacia la revolución. Como lo muestra Markarian, sin embargo, durante las movilizaciones del 68, militantes encuadrados y/o por encuadrarse dentro del PCU utilizaron estrategias de confrontación violenta y, de hecho, los tres jóvenes asesinados en el marco de las revueltas militaban en sus filas. Explorar la ampliación de los repertorios de acción de grupos estudiantiles vinculados a la izquierda en su conjunto permite a la autora discutir, entonces, la diseminación del uso de la violencia – y de cómo operó el ciclo de represión policial e indignación estudiantil – tanto como su lugar simbólico en la creación de “místicas revolucionarias” que circulaban entre las nuevas cohortes que ingresaban a la vida política. La atención a los clivajes de tipo generacional es la clave que Markarian privilegia a la hora de entender el entrecruzamiento de nuevas pautas culturales y la renovación de los modos de acción política. De especial importancia es la exploración de los espacios y circunstancias en que grupos estudiantiles buscaron expandir el espectro de los “comportamientos adecuados” a la hora de las movilizaciones – y más allá de esas –. En tal sentido, la autora demuestra que dos de los elementos de los que el “68 uruguayo” parecía carecer en comparación con otros movimientos sesentayochistas (como el mexicano o el francés), esto es, la confrontación intergeneracional y los cuestionamientos a los modos anquilosados de representación y toma de decisiones, no solamente tuvieron lugar sino que fueron parte del terreno en disputa. El hilo conductor que sigue Markarian es, en lo fundamental, el activismo y las discusiones dentro de la Unión de Juventudes Comunistas (UJC), hilo que es central para comprender la dinámica del “68 uruguayo” pero que, tal vez, resulte demasiado acotado al “caso” a la hora de intentar pensar sus aportes en una escala latinoamericana.

Uruguay, 68 se organiza en tres capítulos y una conclusión donde se busca integrar el caso en un arco temporal más amplio y en una perspectiva global. Procediendo metodológicamente en capas, el primer capítulo reconstruye los seis meses de movilización protagonizados por estudiantes secundarios y universitarios con un ojo puesto en desentrañar la lógica de la “escalada” del ciclo de movilización, represión policial y recrudecimiento de las tácticas de confrontación violenta. Mientras que la puesta en funcionamiento de las Medidas de Pronta Seguridad, en junio, permiten comenzar a comprender la ampliación de la represión policial tanto como el involucramiento más sostenido de los universitarios, Markarian presta atención a la decisión estudiantil de expandir las tácticas de confrontación así como los espacios y horarios de las movilizaciones. En las intenciones estudiantiles de marchar por calles céntricas de Montevideo y en horarios nocturnos, la autora encuentra los ecos de las transformaciones de una sociabilidad juvenil en apogeo en la década de 1960. Asimismo, en la puesta en práctica de repertorios que incluían acciones muy sedimentadas en el campo estudiantil – como marchas o piquetes – también se evidenciaban giros novedosos, juvenilistas, como acciones relámpago, arrebatamiento de gorras policiales o, con el paso de las semanas y la escalada represiva, también apedreamientos de oficinas y ómnibus. Es a partir del análisis de esas prácticas concretas – qué, cómo, dónde y cuándo se actuaba – que Markarian subraya rasgos que atravesaron a diversas agrupaciones estudiantiles, quizá más acentuados en las de la izquierda no comunista pero también presentes en los jóvenes encuadrados en esta última. Esos rasgos hablaban de una voluntad de acción y confrontación que se contraponían con posiciones más “prudentes” que emanaban, por ejemplo, de las autoridades universitarias (como también de la dirigencia del PCU). Convincentemente, Markarian explica que esas disputas sobre los límites de las movilizaciones canalizaban también disputas intergeneracionales, donde los jóvenes testeaban y traspasaban las fronteras de los “comportamientos adecuados” que por largo tiempo habían sedimentado la convivencia en los claustros. Asimismo, el deseo y voluntad de acción, y el despliegue de tácticas de confrontación – que fueron más defensivas que ofensivas y se lanzaron tras la escalada de la represión policial – también mostraban que las discusiones y el uso mismo de algún tipo de violencia atravesaban a las agrupaciones de izquierda.

El segundo capítulo se traslada desde las movilizaciones hacia las discusiones que éstas y sus protagonistas incitaron, en especial en el interior de la izquierda. Hay dos ejes interrelacionados que estructuran la propuesta en este capítulo: por un lado, la relevancia de mirar al “momento 68” en sus propios términos, esto es, como acontecimiento que potenció dinámicas en curso y generó otras nuevas, a la vez que disparó discusiones ideológicas; por otro lado, la constatación de que si bien por supuesto existían agrupaciones políticas consolidadas y grupos emergentes entre el activismo estudiantil, su gravitación fue mayor cuando el movimiento se fue difuminando. En un repaso sobre las fisonomías de los movimientos estudiantiles secundario y universitario que rastrea continuidades y novedades, Markarian da cuenta de los modos en que las organizaciones existentes y sus metodologías de toma de decisiones – influenciadas en ambos casos por el PCU – fueron desbordadas en el contexto de las movilizaciones, en las cuales aparecieron propuestas de acción más riesgosas y cierta celebración de la espontaneidad. Aunque lo acota a los estudiantes secundarios, la autora sugiere una tendencia evidente en el marco de las movilizaciones: “…la imbricación entre nuevos militantes sin demasiada experiencia política y pequeñas estructuras con fuertes anclajes ideológicos que ofrecían lenguajes y modos de acción alternativos a (y críticos de) los mecanismos representativos de los gremios ‘tradicionales’”. Esos militantes estudiantiles nuevos, que participaban de un conglomerado de grupos de izquierda pequeños y muy tendientes a la discusión ideológica y una crítica hacia la “burocratización” de las federaciones estudiantiles daban el tono novedoso de ese movimiento estudiantil, de alguna manera empujando a otras tendencias hacia un territorio de mayor confrontación. Markarian discute en extenso tres documentos recientemente hallados, pertenecientes al conglomerado de las agrupaciones de izquierda no comunistas universitarias, producidos en las postrimerías de las movilizaciones. En esa documentación – limitada, como destaca la misma autora – los grupos estudiantiles planteaban métodos de acción directa, ponían en entredicho la validez de seguir peleando por la autonomía universitaria y se proclamaban por la lucha revolucionaria frente a quienes aparentemente los tildaban de “aventureros”. Se trataba de disputas entre fuerzas de izquierda y el destinatario era seguramente el PCU. Evitando las etiquetas y la dicotomización, Markarian analiza esas disputas que se jugaban también en la cultura pública de izquierda – la prensa partidaria, el semanario Marcha –, donde resaltaban dos grandes temas: rol de la juventud y/o los estudiantes en los procesos de cambio que se presumían revolucionarios; y por supuesto las vías de esa revolución que se creía ya en marcha. Dirigentes y militantes del PCU tendían a minimizar el rol de las juventudes y el movimiento estudiantil (entendido en términos de capas intelectuales de la pequeña burguesía) en los procesos revolucionarios, anotando que debían supeditarse al liderazgo proletario y a la autoridad del partido – un partido que, a juzgar por lo escrito por el líder comunista Rodney Arismendi, servía de puente entre las generaciones –. Desde otras variantes de la izquierda, aun cuando rescataran las que concebían como nuevas formas de militancia (más frescas y espontáneas) corporizadas en el movimiento estudiantil sesentayochista, también se minimizaba el componente generacional o juvenilista del actor para enfatizar la necesidad de articularse con el movimiento obrero. Esos intentos de borrar las marcas juveniles, generacionales e incluso estudiantiles eran comunes a muchas otras dinámicas de socialización política juvenil a fines de la década de 1960 (desde Italia hasta Argentina): se trataba de jóvenes que pretendían obliterar de sus actos e identidades ciertas asociaciones con “la juventud” en sus sentidos políticos – muchas veces entendida en términos de puros ideales o romanticismo – y en sus declinaciones culturales de los sesenta. Markarian correctamente detecta esa ambivalencia, pero se detiene poco en analizar las implicancias de la misma a la hora de explicar la politización juvenil, difuminándose así la posibilidad de pensar qué nos dice del “68 Uruguayo” el hecho de que sus principales protagonistas buscaran desmarcarse del rasgo que más los distinguía. La autora se detiene mucho más en otras discusiones, en especial aquellas que atraían a las izquierdas globalmente en relación a las “vías” posibles de la acción revolucionaria. En tal sentido, las opciones incluían desde las proclamas de validación de la lucha armada y/o insurreccional entre un variopinto espectro de grupos de izquierda hasta, por supuesto, la elección de la “vía larga y dolorosa” que proponía el PCU. Un hallazgo significativo que atraviesa al estudio de Uruguay, 68 es que las movilizaciones y las discusiones que las acompañaron y siguieron sirvieron de marco para la radicalización ideológica y la politización de segmentos juveniles que inundaron el espectro de agrupaciones que se proclamaban por la revolución, incluyendo al PCU que, antes que perder adeptos, ganó muchos más. Esa pregnancia del PCU en la izquierda difiere de “casos” más conocidos de la región, en particular el argentino, y lo asemeja más a otros procesos en curso, como el italiano (un “caso” con el cual la autora podría haber obtenido comparaciones fructíferas).

La clave generacional, que aparecía como dinamizadora de las experiencias de movilización y como uno de los núcleos de discusión, se retoma con más densidad en el tercer capítulo, dedicado a las expresiones culturales. Antes que el estudio de las apropiaciones de la figura del Che Guevara o de las construcciones de “épicas” militantes, en mi opinión uno de los grandes hallazgos del estudio es la radiografía de las pautas de consumo cultural (en especial las lecturas y las opciones musicales) que nutrían, a la vez que vindicaban, el “compromiso militante”, volviéndolo atractivo para nuevas cohortes. Markarian se focaliza en dos experiencias: la trayectoria del artista y militante Íbero Gutiérrez, asesinado en 1972, y la revista contracultural Los huevos del Plata. En ambas experiencias, la autora resalta el efecto de radicalización ideológica que habría supuesto el “momento 68”, pero en una torsión significativa ya que tal radicalización implicó – al menos inicialmente – un pasaje hacia mayor experimentación artística, ya sea mediante la incorporación de prácticas escriturarias además de pictóricas en el caso de Gutiérrez, o un intento de “pasar a la acción” mediante mayores referencias visuales en el caso de Los huevos del Plata. Dotadas de toda su individualidad, ambas experiencias parecen confirmar la mirada de Markarian en torno al “momento 68” como uno de experimentación y apertura, en el cual esos contingentes juveniles movilizados se nutrían de lenguajes y referencias comunes a una cultura juvenil globalizada, incluyendo la música. De las imágenes más comunes a las contraculturas globalizadas de fines de la década de 1960, sin embargo, los jóvenes uruguayos politizados habrían estado menos interesados en lo referente al consumo de drogas o a la experimentación sexual. Aunque Uruguay, 68 se desliza rápidamente en torno a esto último, sí plantea que las pautas de moral sexual de ese segmento juvenil incluían la preeminencia de marcos claramente heteronormativos, la aceptación del sexo prematrimonial y una tendencia a pensar que mujeres y varones tenían los mismos derechos de disfrute sexual. Esos eran, sin embargo, elementos de una moral sexual atada a cambios generacionales que rebalsaban el universo de aquellos que se estuvieran politizando: eran una pieza más de una sociabilidad juvenil sesentista. De acuerdo con la reconstrucción de Markarian, el PCU fue un hábil articulador de esa sociabilidad juvenil si se la mira desde la perspectiva del ocio y el tiempo libre. La autora advierte que si bien el PCU, al menos en la retórica, no reconocía la “brecha generacional” como un problema, sí ofrecía y abría un abanico de actividades destinadas a la juventud, como los bailes, que le permitían también captar nuevos adherentes. Mofados por otras agrupaciones de izquierda (que satirizaban la propuesta con el slogan “afíliate y baila”), la dirigencia y la militancia del PCU fue sensible a la emergencia de esas nuevas sociabilidades y pautas culturales, y también receptiva de ciertas iniciativas como la de Horacio Buscaglia, quien tras cerrarse la experiencia de Los huevos del Plata pasó a dirigir las páginas juveniles de la prensa partidaria con un suplemento con claros tonos beatlemaníacos titulado “La Morsa”. Mirando ahora desde el ángulo de las pautas culturales y la sociabilidad juveniles, entonces, Markarian introduce la reflexión sobre un partido que pudo y supo incorporar expresiones nuevas, aun cuando sus referencias políticas e ideológicas tendieran a minimizar el rol novedoso de lo juvenil. Las comparaciones con otros casos latinoamericanos hubieran sido deseables aquí, ya que investigaciones sobre Argentina y Chile devuelven una imagen de los partidos comunistas domésticos como más expulsivos y menos abiertos a la incorporación de pautas ligadas a las culturas juveniles globalizadas de los sesenta. Por supuesto que esto no opaca los hallazgos de Uruguay, 68, pero sí invita a reflexionar sobre los posibles alcances de algunas de sus conclusiones en escalas más amplias.

Las conclusiones sintetizan dos de los hallazgos más significativos de Uruguay, 68 en función de los cruces entre historia política y cultural de la década de 1960. En primer lugar, alineándose con las propuestas del historiador mexicanista Eric Zolov, Markarian postula la ampliación del concepto de “nueva izquierda” para incluir también a movimientos de tipo cultural, o contracultural, que renovaron o ampliaron los modos de entender la política y renovaron los repertorios de acción de una nueva camada de militantes2. A mi criterio, el análisis de esos cruces queda un poco opacado en esta monografía: aun cuando incorpore dos experiencias concretas – una individual, otra colectiva – que sugieren líneas encuentro y de tensiones, el prisma analítico sigue siendo el del activismo estudiantil de izquierda. Es en la lectura en clave generacional de las transformaciones en los repertorios de acción y las disputas por los sentidos de las mismas donde se aloja una de las contribuciones mayores del libro. En segundo lugar, Markarian también abreva en la ampliación del concepto de “nueva izquierda” para discutir la dicotomización frecuente entre “vieja”/“reformista” y “nueva”/“revolucionaria”. Así, siguiendo el hilo conductor del PCU y su pregnancia entre las juventudes politizadas y en trance de politización en el “momento 68”, Markarian muestra que la cuestión de la violencia (tantas veces asociada con las “nuevas” vertientes) atravesaba todo el espectro izquierdista, y que esos segmentos juveniles se inclinaban a sumergirse en proyectos que se identificaran con la revolución – algo que no excluía al PCU –. Es en esa dimensión, la del análisis de lo nuevo (sujetos, demandas, acciones, pautas culturales) insertándose en y transformando lo “viejo” donde se aloja el aporte más contundente de este estudio, desde ahora indispensable para los interesados en la década de 1960 y en la historia de las izquierdas en América Latina.

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Por nombrar sólo aquellas investigaciones que han sido ya transferidas a formato libro, menciono Victoria Langland, Speaking of Flowers: Student Movements and the Making and Remembering of 1968 in Authoritarian Brazil, Durham, Duke University Press, 2013; Jaime Pensado, Rebel Mexico: Student Unrest and Authoritarian Political Culture during the Long Sixties, Stanford, Stanford University Press, 2013; Valeria Manzano, The Age of Youth in Argentina: Culture, Politics, and Sexuality from Perón to Videla, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2014; Heather Vrana, Do not Mess with Us! Students and the State in Guatemala City, 1944-1996, Berkeley, University of California Press, 2017.

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Eric Zolov ha presentado por primera vez esas ideas en “Expanding our Conceptual Horizons: the Shift from an Old to a New Left in Latin America”, en A contracorriente, vol. 5, n° 2, 2008, p. 47-73.