Moira Cristiá, Imaginaire péroniste. Esthétique d’un discours politique (1966-1976), Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2016
Historiador

(Universidad de Buenos Aires)

Moira Cristiá, Imaginaire péroniste. Esthétique d’un discours politique (1966-1976), Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2016.

Moira Cristiá, Imaginaire péroniste. Esthétique d’un discours politique (1966-1976), Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2016.

El libro de Moira Cristiá surge de su tesis doctoral en historia defendida en la EHESS. El interés conceptual del libro descansa en la relación entre estética y discurso político, cuestión investigada para un período de la historia reciente de la Argentina. Son numerosos los núcleos teóricos involucrados en la relación entre política y estética. Desde la antimetábola de Walter Benjamin que opuso la estetización fascista de la política a la politización del arte, ese vínculo no ha cesado de complejizarse a la luz de nuevos fenómenos como la “sociedad del espectáculo”, el marketing político, el incremento del poder de los mass media y las nuevas técnicas de comunicación. Esta contemporaneidad atravesada por temas que exceden largamente a la política comprendida como discurso y acción orientados a fines habilita una investigación renovada del pasado de la relación entre estética y política.

El objeto de la investigación de Cristiá consiste en reconstruir la estetización del discurso político de lo que denomina el “peronismo tardío”. Según la autora, este se distingue del “peronismo clásico” del período fundacional de 1945-1955. El peronismo tardío estuvo inscripto en un proceso de modernización social y cultural, en una situación inédita para la experiencia “clásica” como fue la proscripción política y el exilio durante dieciocho años del líder del movimiento, Juan D. Perón. La autora se interesa por la dimensión estética del discurso peronista, para cuya restitución historiográfica apela a fuentes bien conocidas y a otras menos transitadas en lo que, con razón, describe como uno de los temas más estudiados en las ciencias sociales en la Argentina.

El libro que aquí reseño es un texto de historia cultural y política que puede ser situado en la serie de los estudios sobre el peronismo. Pero también admite su colocación en otra serie de indagaciones en expansión: aquello que en la Argentina se denomina la “historia reciente”. Especialidad de difusos contornos temáticos, metodológicos y cronológicos, los objetos de la historia reciente se definen por su actualidad para la vida política contemporánea. En otras palabras, la historia reciente no se caracteriza tanto por el esfuerzo en reconstruir una “realidad pasada” (algo que no la distingue de otros ejercicios historiográficos) como por su relevancia polémica, y en modo alguno consensuada, en la definición de la existencia colectiva.

Si en buena medida el primer peronismo se ha “enfriado” como tema de investigación, sobre todo gracias a las interpretaciones que lo sitúan como un momento arduo pero insoslayable en la expansión de derechos sociales en la Argentina, no sucede lo mismo con el momento sesentista y setentista en que varias fracciones del mayor movimiento popular de las últimas décadas se enfrascaron en una lucha política intestina como capítulo de una época de enorme conflictividad clausurada por la más sangrienta dictadura militar de la historia local.  

Estas consideraciones introductorias pretenden justificar los dos andariveles por los que me interesa visitar la propuesta de Moira Cristiá, a saber, su lugar en la historiografía del peronismo y su posición respecto de algunas cuestiones de los estudios de historia reciente.

El método de la autora atraviesa todas las estaciones de su libro. Se trata de una historia cultural de la política matizada por una sensibilidad hacia las materialidades estéticas de la producción simbólica y sus reverberaciones emotivas subyacentes. Cristiá apela a una batería teórica que acumula referencias de la teoría del discurso, el psicoanálisis freudiano, la teoría estética, la historia de las imágenes y de la iconografía, la teoría de los imaginarios sociales, para acceder a un archivo compuesto por revistas de la cultura general y de la política, historietas, piezas teatrales, material fílmico en formato de largometrajes, documentales y cortos, además de obras musicales. Por supuesto, esa riqueza de la variedad del “archivo” movilizado por Cristiá impone recaudos respecto de sus singularidades, de los requerimientos metodológicos de sus respectivas interpretaciones, de los desafíos para transitar entre unos y otros sin devastar los resortes específicos de cada uno de los documentos en cuestión.

Sólo a primera vista la silueta cronológica del libro se atiene a las fracturas de la historia política más tradicional, esto es, a las peripecias del Estado. La primera parte abarca el período 1966-1973, esto es, de la ruptura impuesta por el coup d’état liderado por el general Juan Carlos Onganía hasta el tercer gobierno constitucional peronista iniciado en mayo de 1973. Sus asuntos ubican la experiencia argentina del período en los años sesenta de resonancias, si no globales, al menos sí hemisféricas, con la “modernización social y cultural”. Esta noción acuñada en los años cincuenta y sesenta por la sociología de la modernización se expandió hasta comprender la transformación de las costumbres y la emergencia de una juventud “rebelde” y luego “politizada”, las variaciones de los sixties con su contraparte político-social argentina del Cordobazo de mayo de 1969, y el surgimiento de una “nueva izquierda” vigorosamente atravesada por lo que entonces se denominó el peronismo como identidad política de la clase trabajadora, el socialismo como objetivo y la lucha armada en tanto metodología del accionar político. En las mencionadas resonancias hemisféricas el contrapunto con el Mayo del 68 francés habilita contrastes sin duda iluminadores, aunque otros cruces menos frecuentes, como con el 68 estudiantil mexicano o los sesenta/setenta italianos, podrían tal vez generar ecuaciones todavía más productivas.

El segundo capítulo refiere a la “estetización de la violencia”, la muerte y el sacrificio, como corolario del capítulo precedente. Cristiá compone ese segmento de tu estudio con trazos de las innovaciones culturales de fuerte incidencia política tales como la muestra “Tucumán Arde”, los debates en torno al Instituto Di Tella, la politización que habría avanzado sobre las especificidades del quehacer artístico, las conexiones entre política, peronismo y religión en la revista Cristianismo y Revolución, cuyas estribaciones traccionan rasgos denuncialistas y antisistémicos en las prácticas culturales de los tempranos años setenta. Las creaciones pictóricas proveen las fuentes más significativas del último tramo del análisis. Todo parece confluir en la gestación de una “época”.

La segunda parte del libro detenta una cronología más precisa y revela el ascenso de las cuestiones de la práctica política en la argumentación: del 25 de mayo de 1973 a la muerte de Perón, el 1º de julio de 1974. Cristiá se interesa por el modo en que una estética de la política emplea representaciones de la cultura popular, por ejemplo en las caricaturas y cómics, en el teatro, en una era crítica donde el cuestionamiento del orden dictatorial establecido desde 1966 proveyó inquietudes para fracciones notorias de las prácticas culturales. La autora otorga centralidad a dichas prácticas en el “peronismo tardío”, y especialmente en sus vertientes heterodoxas o de izquierda. El “discurso peronista” se recorta entonces en un actor social más nítido, la juventud peronista. Más adelante Cristiá destaca que también en el seno de la juventud peronista se observan divergencias, incluso profundas, pero por el momento su interés permite destacar los segmentos del pasaje de la década del sesenta a la del setenta en que se produce el inicio de la formidable expansión militante, multiplicada a medida que el añorado retorno de Perón se difunde entre sus simpatizantes de antaño y los más numerosos (y ambiciosos) de tiempos recientes.

El peronista Centro Cultural Nacional “José Podestá”, y particularmente sus publicaciones, son los documentos que Cristiá revisa para exponer los usos de representaciones ya vigentes en la cultura popular con el objeto de promover el regreso del peronismo al poder político. Los temas de la “revolución peronista”, señala la autora, están impregnados de una imaginación histórica revisionista y la efectividad todopoderosa y conspirativa del “imperialismo”. Sería esa consonancia la que habilitaría percibir una “fascinación de las masas” por el imaginario de un Perón justiciero y antiimperialista, signo de un deseado retorno al mítico escenario del “peronismo clásico”. En el análisis de Cristiá, representaciones de esa naturaleza son consideradas diferentes a las vigentes en el período “clásico” donde la propaganda estatal habría monopolizado la enunciación de las imágenes de Perón y el peronismo. Además de la modernización de medios de comunicación en una Argentina sin Perón en el Estado, surgen otros actores sociales y políticos entre los que la autora presta especial atención a la juventud peronista. Justamente esta será, particularmente en su variante “revolucionaria” o “heterodoxa”, la más proclive a innovaciones estéticas entremezcladas con una pluralización de las enunciaciones políticas.

En sus tramos iniciales, la tercera parte desvía la investigación hacia otra ángulo del conglomerado peronista forjado durante los años sesenta y setenta. Se trata de los sectores ortodoxos o verticalistas, que Cristiá tiene la prudencia de no clasificar simplemente como sectores “de derecha”. Lo cierto es que esos núcleos ortodoxos se encontraron, sobre todo después de noviembre de 1972 (el primer regreso de Perón), enfrentados con la denominada Tendencia revolucionaria del peronismo. La ortodoxia sindical y política peronista se caracteriza por oponer el núcleo duro de la “patria peronista” y la autoridad indiscutida del líder a la “patria socialista” y las aspiraciones sucesorias de la juventud en la representatividad popular del peronismo. La reconstrucción de Cristiá muestra que para los diversos sectores en pugna, cualesquiera fueran las declaraciones identitarias proclamadas, la inminencia de una herencia del veterano líder estaba en disputa. Las revistas Las Bases y Primicia Argentina son analizadas para proporcionar un contrapunto a las representaciones más habituales en el espacio compuesto por los sectores revolucionarios y juveniles del movimiento peronista. La revista El Caudillo ofrece un conjunto de temas contra-revolucionarios de las vertientes nacionalistas decididas a vencer en una lucha cruenta contra la Tendencia, en una pugna cada vez más agresiva que cuenta con el aval semiclandestino del gobierno de Perón y su consorte y sucesora María Estela Martínez, “Isabel”. Al respecto Cristiá reconstruye con originalidad las operaciones interpretativas de ese otro peronismo “jerárquico” que disputa el legado de Eva Perón, figura que los sectores inclinados a descubrir un porvenir socialista en el peronismo proclaman como “montonera” avant la lettre. Esta recuperación es importante pues las imágenes de la “Eva revolucionaria” sobrepujaron retrospectivamente otra herencia también en disputa: la “derecha” peronista y la “burocracia sindical” no eran unánimemente isabelistas, o bien podían reivindicar ambas figuras, Eva e Isabel, de acuerdo a requerimientos situados.

El capítulo final de la tercera parte retorna a las producciones simbólicas de la Tendencia revolucionaria entre 1974 y 1978, ya decididamente hegemonizada por la organización Montoneros. Cristiá vuelve un poco sobre sus pasos para relevar la actuación del grupo musical Huerque Mapu y la obra del historietista Héctor Oesterheld. Luego avanza en el tiempo en la indagación de la imaginación histórica y la ciencia ficción, también a propósito de Oesterheld, para concluir con artefactos fílmicos posteriores al golpe militar de 1976. Películas como Montoneros, crónica de una guerra de liberación (1977) y Resistir (1978) son eventos culturales y políticos que acompañan los esfuerzos postreros de esa izquierda peronista por sobrevivir como organización política.

Leída dentro de la ya amplia bibliografía relativa al estudio del peronismo, el trabajo de Cristiá propone varias aperturas interesantes. Incluso en tiempos de reales y proclamadas dictaduras militares (la de 1966; no es el caso de la iniciada en 1976), la autora se permite percibir las dimensiones públicas, propias del acceso incluso condicionado a una “publicidad”, en la producción y circulación de mensajes. El concepto de “resistencia”, usualmente aplicado al período posterior a 1955, no anula dentro de una catacumba de represión y clandestinidad la emergencia de representaciones políticas. Con esto no quiero tanto sostener que entre 1955 y 1958 o entre 1966 y 1973 el escenario nacional argentino cumpliera con todas las características de la esfera pública que podemos hallar en las teorizaciones de Arendt o Habermas. Más bien trato de destacar – por fuerza con la necesidad de repensar los esquemas arendtianos y habermasianos – que las ideas de un silenciamiento absoluto de las disidencias, y entre ellas de las peronistas, así como los sueños autoritarios más fervientes, no coinciden del todo con la experiencia histórica. Basta observar que publicaciones “revolucionarias” alcanzaron una circulación pública e incluso accedieron al rango de moderados pero no insignificantes guarismos en su circulación para brindar una imagen más viva y múltiple de la época. El clima dictatorial no pierde entonces su rigor. Más bien muestra algo que suele ocurrir en la experiencia histórica: las acciones y deseos de los sectores momentáneamente dominantes no suelen siempre coincidir con lo que ocurre; las acciones teleológicas nunca son del todo exitosas.

El desafío de los productos culturales y políticos del discurso peronista para inscribirse en la escena pública contrasta, en el análisis de Cristiá, con la unicidad discursiva atribuida al primer peronismo. Al respecto la autora es deudora de interpretaciones hace tiempo cuestionadas que, a partir de la lectura de la propaganda peronista, concluyeron en el diseño de un perfil monolítico y sin conflictos significativos en la experiencia cultural del período 1945-1955. Esta indicación plantea enigmas de diversa naturaleza para el enfoque de Cristiá. Pienso que esos enigmas no son introducidos aquí con arbitrariedad en la medida en que la apelación al concepto de imaginario supone el problema de su historicidad. Así como el peronismo no fue un hecho histórico completamente intransferible (si el término “populismo” tiene alguna utilidad analítica, en contrapeso con su sesgo calificativo, es justamente la de establecer puentes comparativos con otras experiencias que no por diferentes son radicalmente incomunicables), la idea de imaginario plantea la relevancia de reflexionar sobre el alcance de sus rasgos principales. Por ejemplo, la división binaria del campo político es una cartografía de los antagonismos apropiada por el peronismo, pero difícilmente es una propiedad exclusiva. Lo mismo ocurre con el lugar del líder. ¿Hasta qué punto son solo “peronistas” los rasgos imaginarios atribuidos al discurso específico del movimiento identificado con Perón?

Otras interrogaciones emergen si situamos el libro de Cristiá en el territorio todavía en construcción de la historia reciente. No son escasos los descubrimientos que el libro aquí leído proporciona. Creo que la sensibilidad hacia las dimensiones estéticas y emocionales de la política es uno de ellos. Lo es precisamente porque pone en cuestión, o al menos conduce a repensar, una idea general del período que Cristiá comparte con buena parte de la bibliografía relativa a los años sesenta y setenta. Me refiero a la concepción de una época capturada por la violencia y el enfrentamiento. ¿Fueron esos los elementos definitorios de una época o constituyen más bien los temas privilegiados por quienes escribieron las interpretaciones de esa época después de 1983 dentro de un mundo intelectual completamente distinto al anterior? Apelando a algunos nuevos estudios sobre la experiencia de los actores no politizados de la época, ¿hay otras historias del período que no sean protagonizadas en primer plano por Mario Firmenich y la dirigencia montonera, José López Rega y las patotas de la Triple A o el general Jorge Rafael Videla y los grupos de tareas? Con esto no estoy sugiriendo que los relatos tradicionales de unos años sesenta y setenta ordenados en los pares revolución/contra-revolución o autoritarismo/democracia deban ser descartados, sino más bien me interesa destacar que esa matriz interpretativa está lejos de ser la única posible para reconstruir la trama delicada de un tiempo difícil.

Imaginaire péroniste constituye así un aporte autónomo tanto a la historiografía del peronismo como a los estudios de historia reciente. El cuidado en la interpretación de imágenes en interrelación con los textos que participaron de los dispositivos en que fueron publicados avanza metodológicamente en el estudio iconográfico. En cambio, la disposición de las ilustraciones como apéndice final no favorece una ágil interrelación entre la lectura del argumento y su dimensión gráfica (este tipo de consideraciones suelen supeditarse al criterio editorial y por ende interesa mediatamente a la decisión autoral).

Las resonancias inconscientes y emocionales de las representaciones aportan nuevos temas a la cuestión varias veces aludida pero pocas veces planteada con rigurosidad sobre la perseverancia del peronismo como identidad. Respecto de la historia reciente la contribución no es menor. Cristiá excede las lecturas unilaterales o dicotómicas al proponer un contrapunto entre los sectores enfrentados en el peronismo, sin atribuir de antemano racionalidades o irracionalidades normativas. La simplificación del período como una era de violencia, sin embargo, conspira contra ese progreso analítico. El saldo es, con todo, ampliamente positivo. Es que pesar de nombres a veces demasiado compactos, como “la violencia”, el oficio de la autora permite relatar un periodo pleno de actores y posiciones divergentes. Las prácticas no parecen conducir de antemano a un resultado inexorable. El pasado no es constituido como error u horror, ni deviene en tragedia y sinsentido. De tal manera el tiempo pretérito deja de ser rechazado o exorcizado para consagrar una refundación que sería la de 1983. Emerge entonces una relación más dinámica con la experiencia histórica. Ello es algo particularmente relevante para una cultura política como la argentina que posee una relación estrecha con la memoria histórica. En la Argentina el presente es siempre de alguna manera el futuro del pasado. Pero ese presente es discutible si puede repensar su propio pasado. Uno de los debates pendientes de la historia reciente en la Argentina consiste, justamente, en dirimir la estatura política de nuestro presente para pensar mejor nuestro pasado. El libro de Moira Cristiá provee numerosos elementos para construir una interpretación de nuestra actualidad idónea para acceder de otro modo al pasado cuyos fantasmas “como un ladrón te acechan detrás de la puerta”.